El cambio que ha sufrido Ibiza a lo largo de los años es llamativo, especialmente cuando el resultado ha sido convertirse en lo contrario por lo que tuvo éxito en un principio.
Esa isla tranquila de aguas cristalinas turquesas donde otra forma de vivir libre y alejada de los márgenes establecidos por la sociedad era posible, hoy en día, ha quedado en una utopía.
Aquellos años 60 en los que jóvenes con un estilo de vida bohemio y con respeto por la naturaleza llegaban a la isla blanca para impregnarla del espíritu hippie, huyendo de las ataduras del capitalismo y del consumismo, han sido sustituidos por un ambiente justo adverso, donde el dinero es el principal eje del territorio: beach clubs se han apoderado de las playas, lujosos yates fondean en las costas pitiusas arrasando con la posidonia y bolsos de Prada y Gucci se pasean por el puerto de Ibiza cada noche en cuerpos moldeados a golpe de bisturí. Esas noches en las que ricos, pobres, famosos y desconocidos formaban parte de la misma fiesta en el local de moda pasaron a la historia y, en lugar de eso, tenemos zonas VIP a precios desorbitados para diferenciar claramente entre clases sociales en una misma discoteca.
El culto al cuerpo y lo superfluo han hecho frente a la naturalidad y a la sencillez de los residentes de la isla. Esa gente humilde que vivía fundamentalmente del campo y que fueron viendo poco a poco que poseer una propiedad en Ibiza era un bien casi parecido al mismísimo oro. La tranquilidad de la pitiusa mayor se ha sustituido por el bullicio y el turismo masivo, dando como resultado el deterioro del paraje natural que nos ofrecía Ibiza a la vez, eso sí, que se han ido llenado los bolsillos a ritmo frenético.
¿Será que todo lo que triunfa, el ser humano se encarga exprimirlo hasta que no pueda dar ya ningún beneficio más? Al final será cierto que si Ibiza muere, morirá de éxito.