Tanto Jesús nos dice que debemos orar siempre sin desanimarnos. Muchas veces nos falta fe, por eso debemos pedir al Señor que nos la aumente todos los días. Precisamente hoy celebramos la Jornada Mundial de las Misiones, el Domund. Jesucristo antes de subir al cielo dijo a sus Apóstoles: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a todas las gentes”. Los Apóstoles cumplieron el mandato de Cristo. El Papa Francisco en su mensaje para esta Jornada del Domund, nos dice que la Iglesia está en misión en el mundo, la fe en Jesucristo nos da la dimensión justa de todas las cosas haciéndonos ver el mundo con los ojos y el corazón de Dios. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Esta vida se nos comunica en el bautismo que nos da la fe en Jesucristo, el vencedor del pecado y de la muerte. El lema de esta importantísima Jornada es: “Bautizado y enviado”. Por la gracia del bautismo somos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Nuestra misión radica en la paternidad de Dios y en la maternidad de la Iglesia. Desde la situación en que nos encontramos podemos ser misioneros y misioneras con nuestra oración, con algunos artificios y con nuestra aportación económica.
La oración es un diálogo misterioso pero real, con Dios. Un diálogo de confianza y amor. La parábola del juez injusto es una enseñanza muy expresiva acerca de la eficacia de la oración perseverante. La oración para el cristiano adquiere una característica particular.
Sabe que es discípulo de Jesús, cree verdaderamente que Jesús es el Verbo encarnado; el Hijo de Dios venido entre nosotros a esta tierra. La vida de Jesús, como hombre ha sido una oración continua, un acto continuo de adoración y de amor al Padre. La cumbre de la oración de Jesús es el sacrificio de la cruz, anticipado con la Eucaristía en la Ultima Cena y transmitido a lo largo de los siglos con la Santa Misa. Nuestro Señor Jesucristo es el que ora en nosotros, con nosotros y por nosotros. La fe y la oración van íntimamente unidas. Creamos para orar – comenta San Agustín- ; y para que no desfallezca la fe con que oramos, oremos. La fe hace brotar la oración, y la oración en cuanto brota, alcanza la firmeza de la fe. Todos los días en la Santa Misa pido por la propagación de la Fe.
Es verdad que, gracias a la ciencia y a la técnica, las personas adquieren grandes bienes para la humanidad. Pero también es cierto que la autosuficiencia del hombre muchas veces induce a prescindir de Dios. Y cuando no se cuenta con Dios en la vida somos arrastrados a la destrucción espiritual, moral y material. A pesar del bienestar y prosperidad de los países ricos, hay muchos lugares de la tierra en donde hay personas que carecen de lo más elementa para subsistir. Unos lo tienen todo, otros no tienen nada. ¡Qué trágico! Que en el siglo XXI haya personas como nosotros, hijos de Dios como nosotros, que pasan hambre y que mueren de hambre. Esto es el compendio de las mayores injusticias. Muchos se juegan la vida y caen en la desesperación y mueren por el camino. Los pueblos ricos deben ayudar a los países pobres. En el mundo siempre ha habido ricos y pobres y siempre los habrá. El mismo Jesucristo siendo rico se hizo y vivió pobre, para enriquecernos con su pobreza. ¿Hay alguien que quiera imitar a Cristo pobre? Intentemos con la ayuda de Dios hacer el bien a los que necesitan nuestra ayuda y compasión. Si poseemos mucho demos mucho, si poseemos poco demos poco, pero siempre con mucho amor. El Señor no dejará sin recompensa todo cuanto hagamos para que Jesús sea conocido y amado, y para que todos los hombres lleven una vida digna y feliz. Que a nadie falte la fe, el amor y el pan de cada día.
¡Alabado sea Jesucristo!