En un capítulo de los Simpsons en el que la familia va a un restaurante de carnes, Homer, tras consultar la carta y que nada le satisfaga, acaba pidiendo un chuletón inmenso y finaliza su comanda diciendo: “¡Y de beber, albóndigas!”.
Con el paso de Gloria, además de sus devastadores consecuencias, otra de las realidades que ha puesto de relieve, es la dependencia externa que tiene Baleares en materia alimentaria.
Son varias las imágenes que han circulado por las redes sociales, de los supermercados con algunas estanterías vacías a causa de la interrupción del transporte de mercancías motivado por el temporal.
La población que en la actualidad acoge Baleares, difícilmente se podría alimentar en exclusiva con los alimentos producidos en las islas, y más si tomamos los ejemplos de Ibiza y Formentera, que tienen un territorio más limitado que Mallorca y Menorca.
Entendiendo esto, la declaración de la emergencia climática por parte del nuevo gobierno, algo que por fin parece que irá acompañado de diferentes medidas para llegar al objetivo de 0 emisiones en 2050, se hace difícil de creer si no se hace algo para reducir el impacto del transporte, tanto de mercancías como de personas.
En este punto es en el que deberían detenerse no solo las instituciones baleares, sino las estatales. Con el plan urbanístico de Sant Josep en ciernes, el de Vila también pendiente de aprobación y tantos otros que vendrán, la superficie de Ibiza es reducida, y cada centímetro de tierra cedida al cemento (ya sea por las necesidades habitacionales o turísticas), es un centímetro que se pierde de área forestal o cultivable, lo que aumentará la dependencia y el tráfico de personas o mercancías.
Por tanto, los dirigentes políticos deberían reflexionar sobre la sostenibilidad del modelo de Baleares y España, para que al cabo de unos años, el pedido de Homer no nos suene racional.