La leyenda cuenta que a los holandeses los echaron de Escocia por tacaños. Y eso que entre las históricas virtudes escocesas no destaca precisamente la generosidad. Pero hasta los compatriotas de William Wallace debieron pensar que la avaricia, el ser tan agarrado, tiene un límite.
Entre los políticos holandeses salta un odio teñido de desprecio a los países católicos del sur de Europa, especialmente a España. En la pasada crisis económica dijeron que les pedíamos dinero para gastar en alcohol y mujeres (¿existe algo mejor?). Y, ahora, se atreven a denunciar que permitimos a los viejos entrar en las colapsadas UCI, como si fuera el tiempo idóneo para una eutanasia forzosa de jubilados. Es repugnante.
Si los crueles calvinistas se metieran con nuestro paquidérmico aparato político, podríamos darles con gusto la razón. Urge una reforma para quitar a tanto parásito del gobierno y autonomías españolas. El derroche y mala gestión de «ese dinero público que no es de nadie», que dijo una memaministra socialista, es algo insultante en tiempos de bonanza y muy peligroso en tiempos de crisis.
«Aquel que no gusta del vino, la mujer y el canto será un necio toda su vida», sentenció Lutero tras montar un innecesario pollo cristiano por las indulgencias y excesos romanos, que ciertamente gustaban de brindar con sus amantes mientras fomentaban la belleza en las artes. Pero fue su camarada reformista, el sobrio y pesimista Calvino, quien tuvo enorme influencia en Holanda, luchando contra el arte de vivir y los apetitos sensuales de los hombres: «Una pululante horda de infamias». No me extraña que tanto holandés errante sueñe refugiarse en España. Cuestión de arte de vivir.