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4º domingo de Pascua (Jn.10,1-10)

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En este domingo llamado del Buen Pastor celebramos la jornada de oración por las vocaciones. Hoy y siempre hemos de orar para que el Señor nos mande muchos y santos sacerdotes. Sacerdotes que la Iglesia y el mundo necesitan. Jesús desarrolla e interpreta la imagen del pastor y del rebaño para que todas las personas de buena voluntad alcancen a comprender lo que el Señor quiere decirnos. Después de prefigurar a la Iglesia como un redil o aprisco, se presenta a sí mismo «puerta de las ovejas». Al redil entran los pastores y las ovejas. Tanto unos como otras han de entrar por la puerta que es Cristo. «Yo –decía San Agustín– deseando llegar hasta vosotros, es decir, a vuestro corazón, os predico a Cristo. Cristo es para mí la puerta para entrar en vosotros. Por Cristo no entro en vuestras casas, sino en vuestros corazones. Por Cristo entro gozosamente y me escucháis hablar de Él. ¿Por qué? Porque sois ovejas de Cristo y habéis sido comprados con su Sangre». Dice Jesús: «Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy la vida por mis ovejas».

Jesús reprocha a cuantos vinieron antes que Él. No incluye a Moisés, ni a los profetas, ni al Bautista, porque estos anuncian al futuro Mesías y le prepararon el camino. A los que alude el Señor son a los falsos profetas y embaucadores del pueblo, entre ellos algunos maestros de la Ley, ciegos y guías de ciegos, que impedían al pueblo el acceso a Cristo. Durante su ministerio público, el Señor hizo milagros, manifestando así su omnipotencia o lo que es lo mismo su divinidad.

Durante la Historia de la Iglesia, siempre ha habido falsos profetas. Muchos sacerdotes, pocos sacerdotes, decía San Alfonso María de Ligorio. En este presente siglo y en los anteriores han aparecido actitudes racionalistas negando la intervención sobrenatural de Dios en el mundo. Personas que han practicado el ateísmo, personas que viven como si Dios no existiera. No son ovejas de Cristo. Ni le siguen ni escuchan su voz. Ahora bien, si llegan a conocer a Cristo, lo seguirán y lo amarán como los mejores hijos de la Iglesia. Jesucristo, el Buen Pastor, busca la oveja perdida hasta que la encuentra. Cuando la encuentra, se la coloca sobre sus hombros y dice: «¡Alegraos! He encontrado la oveja que se había perdido».

En el cielo habrá más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

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