«Nos pagan para solucionar problemas y no para crearlos». Esta frase que, según varios medios de comunicación, pronunció ayer por la tarde la vicepresidenta de Asuntos Económicos Nadia Calviño tendría que ser un mantra para buena parte de nuestra clase política. Personalmente me llevo bien con distintos representantes políticos locales porque más allá de si son de un lado o de otro considero que cada uno hace todo lo posible por ayudar a la ciudadanía y convertir el lugar en el que viven en un mundo mejor. Otra cosa es que acierten pero, aunque peque de ingenuo, sigo confiando en que buscan el bien común dentro de sus propias ideas y convicciones. Por eso sigo sin poder entender el lío supremo en el que se han metido Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con el tema de derogación íntegra de la reforma laboral que pactaron con EH-Bildu. No puedo entender cómo, sin necesitar los votos de la formación independentista vasca para sacar adelante una nueva prórroga del estado de alarma, se hayan metido en un quilombo que hace temblar los ya de por sí débiles cimientos del gobierno de coalición y que pone más aún en entredicho la figura del presidente Pedro Sánchez. Por más que pasan las horas sigo sin comprender porqué, según medios de comunicación contrastados, Sánchez «ocultó a sus ministros la negociación».
Perdonénme señores lectores pero no tengo respuestas. Tal vez sea porque yo vivo en mi mundo de PinyPon y no sea capaz de ver algo más allá de mi relativamente sencillo día a día. También puede ser que la alta política no está hecha para que yo la entienda. O, simplemente, será que yo entiendo la politíca «como un acuerdo que se pacta con los ciudadanos para intentar hacer su vida mejor de manera honrada y no para generar problemas».