El poeta clásico cantaba que el coño era causa horrenda de guerra. Tal vez Horacio se refería a Troya y los caprichos sensuales que despertaba la hermosa Helena, pero venía a decir que demasiadas guerras se han hecho por amor a las mujeres.
Estoy de acuerdo en que la guerra es horrible, pero si hay que hacerla, mejor por una rítmica ninfa antes que un vulgar político.
Y esos versos me vienen a la cabeza por la toma cristiana de Ibiza. Dicen que un moro despechado abrió el pasadizo de San Ciriaco, franqueando la puerta a las fuerzas del Rey de Aragón.
El motivo fue un monumental ataque de cuernos, pues el gobernador ya hacía uso de la erótica del poder (que luego pregonó el horroroso Kissinger), y se tiraba a una altiva cristiana, aburrida de los estrictos usos del harén del cornudo.
Sea como fuere, estoy convencido de que la leyenda nos acerca lo fundamental. La voluptuosa Ibiza regresó a la Cristiandad por el amor de una dama. Y fue justo a tiempo, pues el siglo XIII marcó el declive del Islam al perder el carro renacentista.
Antes eran maestros en cantar al vino y el amor al estilo sufí (del que tanto aprendieron los trovadores de Aquitania y el Languedoc), lograron hitos en astronomía, medicina, recuperaron mucha filosofía griega… Poco después ganó el poder una facción intolerante en el seno islámico y prohibieron el maravilloso vino que limpia los corazones.
Y sin vino, no hay carro. En cambio, el occidente avanzaba embriagado con la plataforma etílica que alumbró el liberador renacimiento gracias al eau de vie, la piedra líquida filosofal de Ramón Llull y Arnau de Vilanova.
Siempre se avanza por una dama.