En un país en el que hay más de dos millones y medio de funcionarios públicos, más de tres millones de personas en el paro y casi nueve millones de pensionistas, por no hablar de la cantidad ingente de políticos que tenemos (muchos de ellos innecesarios), que salgan las cuentas para mantenerse a flote es un milagro.
Las empresas y los trabajadores que tenemos la suerte de seguir trabajando y cotizando mes a mes, mantenemos un Estado con demasiadas cargas que poco a poco son más sangrantes. Muchos de los trabajadores están en ERTE o han estado y han visto cómo sus nóminas adelgazaban sin compasión, mientras las cartas del banco seguían llegando y los impuestos se han mantenido exactamente igual. Y es inevitable hacer comparaciones, porque cuando las cosas vienen mal dadas las comparaciones son odiosas pero necesarias.
La brecha que se está produciendo en una España en la que la empresa pública y la privada van a dos velocidades completamente diferentes es cada vez más dolorosa. Y ahora en los informativos se empieza a hablar de retrasar aún más la edad de jubilación, de premiar a los que lo hagan más tarde y sancionar a los que se prejubilen.
Y al final lo harán porque no tienen ni un duro. Y también se habla, pero con la boca pequeña, de congelar los sueldos de los funcionarios, y digo con la boca pequeña porque ningún político quiere anunciar eso. No estamos hablando de hacerles un ERTE, que creo que hubiese estado más que justificado en algunos casos. Estamos hablando de congelarles el sueldo, señores, que hay gente que lo tiene reducido a la mitad, en el mejor de los casos. El invierno viene duro para todos así que, o arrimamos todos el hombro, o en un futuro no muy lejano vamos a ver cosas que nuestra generación jamás imaginó.