Cuando yo muera no quiero que mi nombre aparezca en los periódicos. No paguéis obituarios ni esquelas, aunque sean originales y se disculpen por gastar esa última broma, ni redactéis crónicas huecas. Como mucho, si queréis recordarme, leed algún poema, artículo o libro que haya escrito, entonad la letra de alguna canción a la que haya dado vida o sonreíd al verme guiñaros el ojo desde alguna foto en blanco y negro. Cuando yo muera quiero que simplemente termine esta película sin lágrimas ni segundas partes y con el recuerdo bonito de los besos reales y las penas ilesas. La vida, como los libros, tiene que terminar en alguna parte y no por ser conscientes de su fugacidad debemos rechazar sumergirnos en las más apasionantes novelas. Hasta el momento nadie ha podido demostrar si la partida termina aquí o si esta es solo la fase inicial de algún extraño juego.
Donad todo lo que pueda usarse de mí, coged mi corazón que ha latido con fuerza y permitidle que siga corriendo. No dejéis que nada más se pierda y no me enterréis. Incineradme y convertidme en polvo enamorado que pueda volar frente al Duero, el Mediterráneo o al amparo de un pinar con aroma limpio a resina y tierra. Cuando yo muera tendré la certeza de haber vivido y al final eso es lo que buscamos al recorrer este camino. Todo lo demás son cuentos.
No le tengo miedo a nada más que al sufrimiento, a consumirme presa de una enfermedad letal o a ver cómo se apagan los míos. Todos llegaremos al mismo sitio y es una parte de este viaje que debemos asumir, sin darle más importancia que a este momento.
La crisis sanitaria que nos asola nos ha recordado de dónde venimos y a dónde vamos. Nos ha hecho frenar y ponernos en la incómoda tesitura de ser espectadores de excepción ante el tráiler de nuestras vidas, sabiendo que el final será para todos el mismo y que solo nos diferenciarán los minutos de cinta que atesoremos.
Por eso vamos a dejar de pensar tanto en el mañana y a concentrarnos en este domingo lleno de luz que nos acaricia, porque por mucho que intentemos controlar el tiempo este se escapará igualmente entre nuestros dedos como granos de arena. Mañana, cuando solo sea el rumor de una historia lejana, descasaré para siempre en las bibliotecas de quienes me escogieron para acompañarles, pero hoy voy a preguntarme menos cosas, a cuestionarme solamente lo esencial, cuantos terrones le pondré al café, qué página del periódico será en la que me recree, a qué playa iré a bañarme o a qué hora serviré la cena.