En este nuevo mundo que despunta a base de teclas y microchips, de emoticonos y Whatsaaps, de videojuegos y virtualidad inasumible, algunos pocos se van dando cuenta, gracias a Dios, de que las alforjas que vamos abandonando por el camino y el precio a pagar por el ensimismamiento perpetuo tal vez resulte demasiado costoso, incluso destructivo, en muchos de los ámbitos de lo que antaño era nuestra vida normal; la mía, la del vecino, la de todos, y ni que decir tiene, en las relaciones cotidianas con nuestros familiares y amigos.
¿Es así de grave? ¡Posiblemente, lo sea más! Y, no puede ser casual que al unísono que contemplamos como nuestros hijos, parejas, amigos, (¡y por supuesto, yo mismo!) devenimos en zombies ansiosos de más pantalla con mensajes efímeros y nuestro mundo real se constriñe hasta reducirse a una superficie luminosa, el hecho de que se produzca a nivel global una cruzada contra lo que hasta ahora cohesionaba la sociedad occidental y la hacía prácticamente impermeable a la ingeniería social de unos entes o personas que no tienen otro dios ni bandera que el que proclama el poder y el dinero.
No en vano, valores como la familia, la religión, sus símbolos y sus manifestaciones populares, el amor a la Patria, el conocimiento de nuestra Historia (¡incluso, con el derribo de estatuas que tan inconcebible nos pareciera cuando lo realizaban los talibanes!), cualquier tradición, da igual que se trate de encierros o fiestas de Moros y Cristianos, que ponga en entredicho su discurso de lo políticamente correcto y, cabe subrayarlo, hasta el mismo concepto de autoridad y respeto, ya sea hacia nuestros padres, maestros, fuerzas del orden o cualquier institución que lo ostente en cierto grado (ni siquiera las señales de tráfico se libran de tales juicios puritanos), sufren un acoso mediático constante y brutal en un intento permanente de trivializar dichos valores, cuando no, de destruirlos definitivamente...
Nos quieren convertir en peones telemáticos carentes de principios morales, arraigo o capacidad de lucha, simples piezas perfectamente prescindibles en el tablero del Nuevo Orden Mundial. ¿Pudiera deberse tal conjunción a la casualidad…? Ni pensarlo. ¿Acaso somos más felices que nuestros padres? Lo dudo mucho. ¿Estamos construyendo una sociedad mejor? No es precisamente lo que se desprende de algunos datos sorprendentes como el que la depresión en nuestro país afecte a más de dos millones de españoles, que anualmente el número de suicidios roce las 4.000 personas, es decir, más de diez suicidios diarios (algún día alguien del Ministerio de Igualdad nos tendrá que aclarar por qué esa cifra desoladora no merece ni diez segundos en los noticieros y una y otra vez se manosea, sin dejar de ser así mismo un dato monstruoso, la de la cincuentena de mujeres asesinadas por sus parejas anualmente), el que las denuncias por agresiones de menores a sus padres llegaran a las 4.883 el pasado año en lo que la policía cree que solo es un 15% de las reales o, que ni más ni menos, solo en la ciudad de Barcelona cada dos días los bomberos encuentren un anciano fallecido cuyo cuerpo no reclama nadie (¡fíjate tú, con el tesón que ponen otros en encontrar los huesos de los fallecidos hace más de 80 años!).
Y, si ya de por sí dichos números resultan moralmente inconcebibles, añádase, según datos del año 2019, que cuatro millones trescientos mil conciudadanos viven en la pobreza severa (¿no va siendo hora ya de revisar los salarios, prebendas, aforamientos y sueldos vitalicios de los políticos a tenor de tales resultados? ) de los que 1.400.000 son niños. Esta es la España que tenemos, esta es la España que no se queja y consiente tanto atropello, esta es la España de los esclavos que lejos de sacudirse las cadenas de los políticos negreros que nos humillan y saquean, mira babeando la Isla de las Tentaciones, Sálvame o contesta mensajes y memes en su teléfono. Y esto es así, porque es lo que ellos quieren y alientan, tamaño expolio es posible porque nos tienen adormecidos y porque cuando uno deja de creer en cosas que pueden empujarlo a darlo todo antes de perderlas, como la familia, la Patria o sus creencias, pasa a convertirse en un individuo aislado, en un número sumiso más en esa fría estadística de los cinco millones de personas que viven solas, en el rebaño que avanza y se empuja dócil hacia el cuchillo del matarife del Silencio de los corderos, en definitiva, en el perfecto ganado ovino de las élites que carecen de Dios y de Patria y, que como extraídos de las páginas de Un Mundo Feliz, de Aldo Huxley, pasan a convertirse en épsilones bobalicones y productivos.
Somos esclavos porque aceptamos serlo y cada cuatro años nos proclamamos siervos de aquellos que nos arrebatan la dignidad y exprimen nuestros bolsillos con promesas hechas para analfabetos y su retórica inflada de Maquiavelo adolescente soltando cuatro palabras; libertad, democracia, el pueblo, justicia social, igualdad, derechos, trabajo… pero no hacen sino que medrar para acrecentar su hacienda y servir a los nuevos amos globalistas que quieren un mundo sin matices, sin ideales, sin nada en lo que creer ni nada por lo que luchar, no sea que nos dé por gritarles basta.
Llámalo Club Bilderberg, Plan Kalergi, Soros o el Pato Donald, llámalo como quieras, pero por esos lares están nuestros verdaderos amos. VOX, al menos, irrumpe en el escenario político y señala a los culpables que hacen restallar el látigo sobre nuestras espaldas.
P.D. Se llaman empresas de Limpieza Traumática y se van extendiendo por todas la geografía como un lucrativo negocio, su principal cometido es retirar los cuerpos que nadie reclama de los miles de ancianos que fallecen solos o de limpiar los escenarios de suicidios. Sin la menor duda, en este nuevo mundo sobran políticos y teléfonos y faltan valores para hacerles frente. Buenos días, esclavos.