En este tercer domingo de Adviento, llamado de la alegría, la liturgia nos invita a que tengamos una actitud de alegría constante porque Jesucristo, nuestro Salvador, viene a nosotros hecho niño. La alegría del cristiano viene de la fe y del encuentro con Jesucristo.
El Evangelio nos habla de Juan Bautista, el hombre enviado por Dios, para que de testimonio de la luz. La verdadera Luz del mundo es Jesucristo. Nosotros estamos invitados a reconocer siempre todos sus beneficios, su amor misericordioso, su paciencia y bondades, viviendo así en un incesante agradecimiento. Los judíos enviaron desde Jerusalén, sacerdotes y levitas, para saber su identidad. ¿ Tú quien eres?. El Bautista confesó que él no era el Mesías y añadió: en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Es verdaderamente admirable la humildad, sinceridad y nobleza de Juan. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando. Después de 2000 años de la venida de Jesús a este mundo, todavía para muchos el Señor Jesucristo es un desconocido. Muchos saben que Jesucristo es el Hijo de Dios, como dice el Catecismo. Pero este conocimiento intelectual no es suficiente. Es necesario que nuestra fe en Jesucristo se manifieste en el amor afectivo y efectivo de la adorable Persona del Señor. Sabemos que la fe es un don de Dios, pero un regalo se puede desestimar. El amor a Jesucristo no se impone, se ofrece, se acoge como lo mejor que podemos desear. Toda nuestra vida deber ser un buscar permanentemente a Jesucristo. La fe nos enseña que Jesús está en el Cielo y en la Eucaristía, vivo y glorioso, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad ( Mt 26.26-29).
Vivamos de tal manera, que seamos dignos de recibir siempre a Jesucristo en la Sagrada Comunión.