Las fiestas navideñas han sido siempre las fechas en las que nos acercamos a familiares y amigos, a los que en muchas ocasiones no vemos el resto del año. Es el momento de la explosión de la alegría y de la amplificación de nuestra capacidad de amar al prójimo, pero el dichoso virus ha venido a cambiar eso, también.
Las restricciones impuestas por los gobiernos autonómicos son poco menos que una declaración de intenciones y con nula capacidad de control, con lo que se deja el asunto en manos de los ciudadanos que deciden si cumplirlas o no. También deciden quienes forman parte de su burbuja en ocasiones sin demasiado rigor y en los casos más peligrosos, algunos deciden que es el momento de rebelarse contra el orden establecido y hacer justo lo contrario de lo que las autoridades determinan.
El maldito virus no es el gran enemigo de este nuevo tiempo, el gran enemigo es el ser humano y su capacidad de adaptarse a una nueva realidad indeseada, que requiere de la solidaridad y comprensión de todos. A este bicho solo se le puede ganar formando un frente único que a modo de escudo, tapone todos los resquicios por los que el virus pueda entrar en nuestro organismo y con ello seguir expandiéndose.
Este bicho está siendo claramente una prueba para los servicios públicos que en la mayoría de los casos actúan de forma impecable, gracias a la voluntad y la entrega de las personas que están al frente. Está siendo una prueba para nuestro sistema político y organizativo, cuya opinión dejo a su juicio. Pero sobre todo está siendo una prueba para nuestra sociedad en su conjunto y en su capacidad de hacer frente a los problemas de manera conjunta.
Hasta el momento no parece irnos muy bien, y en esto como en todo, algunos van exclusivamente a la suya.