El cine Regio, en San Antonio, es mi cine favorito del planeta. Recuerdo cuando volvieron a poner Casablanca en su gigantesca pantalla. Burlé el control de la absurda Ley Seca en las salas y porté una petaca de whisky. Me retrepé en una de sus cómodas butacas y me perdí gozoso en la mirada soñadora de Ingrid Bergman cuando Sam tocaba As time goes by. Solo me faltó encender un puro para estar completamente a tono con un film genial, pero eso hubiera provocado la temible ira de Roberto (y cierto alborozo en el resto de la familia propietaria, que siempre está al pie del cañón, unos románticos chiflados por la magia del cine).
En otra ocasión asistí, con absurda reticencia, a una película de Mamma Mia rodeado de centenares de tiernas inglesas de todas las edades que coreaban a viva voz las canciones de Abba. ¡El cine entero se movía con un lifting generacional de ilusiones hippies! Fue un trip de lo más agradable y creo recordar que la sala estaba perfumada de enebro, pues muchas estupendas inglesas hacen suya la very royal tradition de portar Beefeater a cualquier parte.
No deja de ser un milagro que la familia Torres siga con el cine contra viento y marea. Me entero por un sabroso reportaje de Manu Gon que cumplen noventa años. ¡Felicidades! Es un gran activo cultural para Portmany. Me gustaría que hicieran un ciclo de John Ford, de Visconti, de Billy Wilder, de James Bond, de piratas ebrios de ron, de gloriosas Femme Fatale…y ver a Gilda bailar en esa gran pantalla donde el cine despliega su arte, donde la gran fotografía en movimiento puede admirarse mucho mejor que en cualquier vulgar pantalla de TV o computador.