Baleares tiene una ley de Transparencia tan estricta que, por supuesto, ya hace mucho tiempo que los gobiernos ni sueñan en mentir. Por si hubiera la menor veleidad, hay una conselleria dispuesta a castigar al transgresor. ¡Qué lejos quedan los tiempos en los que nos podían mentir impunemente! –Ya saben a quienes me refiero, Dios no quiera que vuelvan–. Ahora sí podemos asegurar que todito es verdad.
Por eso, ya no debemos sospechar del Govern cuando nos cuenta que, tras la tormenta espantosa que se montó con la vacuna de AstraZéneca –ya saben, que si mata instantáneamente, que si mata a plazos, que si es en diferido, que si escoge a sus víctimas por edades– sólo cuarenta de los ocho mil ciudadanos que habían sido citados a ser vacunados el pasado jueves no acudieron a su cita con la jeringuilla. En Baleares, sólo el 0,5 por ciento de la población ha sido sensible al miedo que generan los políticos en los medios de comunicación. En cambio, el gobierno de Murcia dice que ese día un treinta por ciento de los convocados no se presentó –lo que en Baleares habría supuesto nada menos que dos mil cuatrocientas incomparecencias–; en Madrid, donde como se imaginan hay mucho interés en cargar sobre Moncloa el efecto del caos informativo, dicen que las ausencias alcanzaron el sesenta y tres por ciento de los convocados; en Galicia, en Andalucía o en Castilla La Mancha, mucho más normales, las bajas fueron del veinte por ciento sobre el total. En Baleares, donde sí nos dicen la verdad, hemos podido comprobar que somos un pueblo responsable, serio, sufrido que, incluso aunque los políticos digan que la vacuna mata, vamos a vacunarnos. Como extraterrestres, estamos dispuestos a soportarlo todo si nos lo piden.
Miren: si una aerolínea deja a un pasajero en tierra por ‘overbooking', debe pagarle entre doscientos cincuenta o seiscientos euros de indemnización, transportarlo al destino y hacerse cargo del hotel y las comidas a que hubiera lugar. Pese a ello, todas siguen vendiendo más billetes que los asientos disponibles, porque estadísticamente, incluso habiendo pagado, hasta un diez por ciento de los viajeros no comparece al embarque. No es necesario que se sospeche de la seguridad del avión o que haga un viento de muerte, este absentismo es natural, sin que concurra ninguna razón extraordinaria. Por eso siguen vendiendo más billetes que asientos. El beneficio supera al castigo.
Yo imparto clases universitarias, que los alumnos pagan religiosamente. No recuerdo cuándo fue la última vez en que en un grupo de cuarenta no me faltó nadie. Tres o cuatro ausencias, un diez por ciento, son completamente normales. Las razones para no acudir van desde la muerte de la abuela al atasco en la autopista, desde que el móvil no me sonó a que pensé que hoy era domingo. Da igual: para estas cosas somos así.
Pero para las vacunas, no. Para vacunarnos nos parecemos a los coreanos del norte. En ningún otro país del mundo los resultados electorales son del 99, 5 por ciento en favor del gobierno del Kim de turno. En la antigua Alemania del Este, superaban el noventa. Y en Cuba, mucho más cercana a nuestra cultura, están siempre entre el ochenta y el noventa por ciento. Nosotros, rompiendo con nuestras tradiciones latinas, vamos a lo coreano: todos a vacunarnos indiferentes a las dudas, a los trombos y a lo que caiga.
No piensen tampoco que esos cuarenta que no se presentaron son críticos con la vacuna: no, estos pertenecen a esa minoría que confunde Son Escalas con Son Espases, Son Dureta con Son Hugo, el jueves con el martes. Si pensamos cuál ha de ser el dato estadístico de los que contraen una diarrea súbita, de los que han quedado inesperadamente cojos o que han perdido los audífonos, veremos que cuarenta ausencias significa que en Baleares el apoyo a la vacuna es del ciento veinte por ciento, por lo menos.
Lo único que me sorprende de esta cifra es que el Govern se empeñe en anunciar y aplicar sanciones de todo tipo por el supuesto incumplimiento de las normas que limitan la expansión del virus. Con un pueblo que se vacuna como norcoreano, no debería de ser necesaria la sanción porque en nuestros cerebros no cabe la violación de una norma. De hecho, no hacemos más que leer el Boletín Oficial para, si pudiéramos, anticiparnos a lo que nos van a ordenar.
Yo creo sin pestañear a nuestro gobierno en su contabilidad de vacunados. Como si mañana me dijera que me he de hacer dentista de gallinas: la ley de transparencia les impide mentir. De no ser por la mala señalización para Son Dureta, seguro que habrían acudido diez mil de los ocho mil convocados a vacunarse.
Orgullo que me doy de ser de aquí. Y de cómo respetamos la verdad.