La Ascensión del Señor a los Cielos y el estar sentado a la derecha del Padre, constituyen una Verdad de Fe que recitamos en el Credo. Jesucristo subió al Cielo en cuerpo y alma para tomar posesión del Reino alcanzado con su muerte, para prepararnos nuestro puesto en la gloria, y para enviar al Espíritu Santo a su Iglesia. Jesús envía a sus Apóstoles a proclamar el Evangelio: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura”. El Señor añade: el que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará. El Bautismo es absolutamente necesario.
Recordemos el diálogo de Jesús con Nicodemo: El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios. Por el Espíritu Santo y el agua nacemos a un nuevo nacimiento. No sólo por el agua bautismal, sino por el agua y el Espíritu Santo. Entonces el que no está bautizado, ¿No puede salvarse?. En primer lugar, el que salva es Dios, pero además hay tres clases de Bautismos. El Bautismo de Sangre, el Bautismo de deseo y el Bautismo de aguael Sacramento-.
Respecto del Bautismo de los niños, ya San Agustín enseñaba que “ de ningún modo puede rechazarse la costumbre de la Santa Madre Iglesia de bautizar a los niños; antes al contrario, hay que admitirlo, necesariamente por ser tradición apostólica. El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los padres cristianos tienen el derecho y el deber de procurar que los niños reciban el Bautismo en las primeras semanas, que acudan al párroco a pedir el Bautismo del hijo y la debida preparación de ellos ( can 86.7).
Los días que transcurrieron entre la resurrección del Señor y su ascensión se revelaron grandes misterios. Durante este tiempo la providencia de Dios se ocupó en demostrar que la resurrección del Señor Jesucristo era tan real como su nacimiento, pasión y muerte.
La Fe y el Bautismo son necesarios para la salvación. La Fe se hace patente mediante las buenas obras. El Bautismo nos confiere la primera gracia santificante, nos hace cristianos, hijos adoptivos de Dios, herederos del cielo, miembros de la Iglesia.
San Lucas termina su relato evangélico diciendo que Jesús sacó a sus discípulos cerca de Betania y levantando sus manos los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y se elevaba al Cielo. Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén con gran gozo. Y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.
Jesucristo nos dice: “Voy a preparaos sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros.”. Gracias, Señor, que podamos estar contigo siempre. En el tiempo y en la Eternidad.