Estamos celebrando la solemnidad de Pentecostés. Transcurridos cincuenta días de la Pascua de Resurrección viene el Espíritu Santo. Llegado el día de Pentecostés estaban todos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que diviviéndose se posaron sobre cada uno de ellos y quedaron todos llenos del Espíritu Santo que envuelve a María y a los Apóstoles. Las lenguas de fuego se posan sobre sus cabezas para indicar la plenitud de la caridad divina que los empujará a ser anunciadores del Evangelio a todos los pueblos.
La abundancia de la gracia, en efecto, hará posible que los Apóstoles sean entendidos por todos, pues la lengua de la caridad es universal y accesible para todos. Símbolos del Espíritu Santo son: el viento, el fuego, y la paloma. El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia. Es el Alma de la Iglesia. Como Espíritu de amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y les hace vivir en Cristo la vida misma de la Trinidad Santa. Los envía a dar testimonio de la Verdad de Cristo, y los organiza en sus respectivas funciones para que todos den el fruto del Espíritu. Los dones del Espíritu Santo son: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios. Los frutos del Espíritu Santo son: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Benignidad, Mansedumbre, Bondad, Longanimidad, Fe, Modestia, Continencia y Castidad.
Que el Paráclito, el Defensor la tercera Persona de la Augusta Trinidad no sea el gran desconocido para nosotros, los creyentes. ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de los fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor!