Recorre todo Occidente, y España, con especial persistencia, un olor nauseabundo similar a la de los animales muertos abandonados en las cunetas, entre los matorrales del campo o arrojados a la basura de los vertederos; un tufo que nos empuja a imaginar gusanos y líquidos viscosos fermentando bajo una manta de pellejo momificado. Se propaga de forma casi imperceptible un hedor malsano sobre nuestra civilización y nuestra forma tradicional de vida, muchos lo percibimos y pese a no localizar con exactitud el lugar de donde procede el olor de los despojos cubiertos por una capa de moscas, sabemos que su fetidez únicamente puede anunciarnos la muerte y la descomposición de la carne. Algo está cambiando en el mundo que conocemos a un ritmo vertiginoso, unos jueces invisibles han elaborando un nuevo reglamento y aprobando leyes que nos atañen a todos; oligarcas con un poder infinito legislan sobre monarcas y presidentes, sobre lo que es bueno o malo, el futuro de la humanidad y, lo peor de todo, sobre la vida y la muerte amparados y fortalecidos con el comodín extra del Covid 19. Y, bastaría con que uno diese unos pocos pasos, como sucede al aproximarnos al punto donde yacen los restos de ese animal muerto, para comprender lo que delata la pestilencia que desprende por más que la mayoría de los políticos, medios de comunicación, lobbies ideológicos y magnates financieros viertan hectolitros de colonia barata para intentar ocultar su podredumbre. No están creando un mundo más justo, ni más hermoso y, ni muchísimo menos, más feliz a no ser que tengamos como estereotipo de la felicidad aquel mundo de castas sin sentimientos que ya nos adelantase Aldous Huxley, eso sí, desconocedores de que nosotros tenemos asignado el papel estelar de epsilones por los siglos de los siglos, del alimento que todo lo cura, el soma, ya se encargan ellos de abastecernos de forma abundante. “¡Comed hasta empacharos que nosotros ya nos preocupamos por vosotros!”. Pero es que el hedor del Nuevo Orden Mundial no puede disimularse por más que uno se tape la nariz y este se manifiesta cada vez con mayor intensidad en las miles de agresiones de hijos contra sus padres (solo en España se denunciaron más de 5.000 el año pasado en lo que la policía cree que representan únicamente el 10% de las que realmente se producen), en los detectores de metales que han tenido que colocar algunos institutos de Francia, Reino Unido y Estados Unidos para que los alumnos no introduzcan armas, en el crecimiento en un 30% desde el año 2009 de los trastornos mentales en niños, con la aprobación de antidepresivos como el Prozac (¡el soma de nuestro tiempo!) para niños a partir de ocho años, en el aumento de casi un 10% en el intento de suicidios entre los jóvenes, en los seis millones y medio de hogares donde nadie trabaja, en esos 141 ancianos que encontraron muertos los bomberos de Barcelona en sus casas en el 2019 sin que nadie reclamase sus cuerpos, en una sociedad que ni se inmuta ante el genocidio de los 100.000 abortos anuales que se realizan en nuestro país pero capaz de crear disturbios en las calles por el sacrificio de un perro y, como síntesis perfecta de la sociedad que estamos creando, en el auge del negocio de las empresas de Limpieza Traumática que se van extendiendo por toda la geografía española como un lucrativo negocio (su cometido, retirar los cuerpos que nadie reclama de los miles de ancianos que fallecen solos y limpiar los escenarios de los suicidios). Trabajo seguro que no les falta habida cuenta de que en España ya hay cinco millones de hogares en los que solo vive una persona, mayoritariamente ancianos y los casi 4.000 suicidios anuales que sufrimos. Y es que ahí radica la verdadera peste que nos anuncia el final de la vida y el atropello violento que deja detrás un cuerpo mutilado e inerte, en este caso, el de la cultura y valores tradicionales. Porque, ellos, los amos que se desenvuelven entre las sombras, necesitan una sociedad sin valores, ni raíces, ni creencias para llevar a cabo sus planes de crear una subraza de esclavos idiotas a los que someter con sus grilletes materialistas y amorales. No es una casualidad que al unísono se ataque, con una contundencia y agresividad nunca vista, todo lo que cohesiona nuestra sociedad; la familia, la fe (exclusivamente la de raíz cristiana, la permisividad con otras religiones de aquellos que tanto odian la religión católica, pese a que algunas atentan gravemente contra los valores característicos de Europa, es de manual de psiquiatría), el patriotismo, la identidad, las tradiciones, el mismo concepto del orden y hasta nuestros hijos (que ahora resulta que en el aspecto moral pertenecen al Estado). Hijos, de los que les importa bien poco los desastrosos resultados del informe Pisa, que el 45% no tenga trabajo, que tengamos una de las tasas de abandono escolar más altas de Europa o que cuatro de cada diez menores de 18 años ya haya apostado dinero por internet convirtiendo la ludopatía en una nueva epidemia, lo que realmente les importa es la prematura sexualización de la infancia, su autodeterminación de género y que sepan que las niñas tienen pene y los niños vulva… Y no atacan dichos valores por desavenencias ideológicas, ni muchísimo menos, los atacan porque se erigen como el dique de contención infranqueable para las arremetidas furiosas de su proyecto de reseteo y dominación global que necesita de una sociedad debilitada moralmente y sin capacidad de resistencia ni crítica para implementar su reinado. ¿Qué lucha va a librar el que no tiene familia alguna que proteger, ni religión en la que creer o vínculo emocional con su patria ? Sé que muchos dirán; ¿de qué diablos habla este pobre desgraciado? ¿Es otro conspiranoico más? Yo me limito a resaltar con datos el hedor de la carne muerta y, no, no hay que ser muy avispado para percibir que dicho hedor anuncia la descomposición vertiginosa del mundo que conocíamos hasta ahora y que la sociedad que están fabricando desde despachos y laboratorios siniestros, es una sociedad lobotomizada moralmente, una sociedad de personas solitarias, de un consumismo atroz, anestesiada con pan y circo, sin casi posibilidades de acceder a una vivienda ni con el trabajo de los dos cónyuges, dependiente de las limosnas del Estado para subsistir, con una clase media en riesgo de extinción, sin otra fe que la del hedonismo, la compra compulsiva y el materialismo físico y estético. Una sociedad con unas tragaderas infinitas para cuantas afrentas y humillaciones les impongan sus amos que han condenado a toda una generación a vivir peor que sus padres y a los que encima votamos. Que se preparen los futuros ancianos para cuando la maquinaria de la eutanasia trabaje a pleno rendimiento como lo hace ahora la industria del aborto. ¿Un mundo feliz? ¡Lo será, pero solo para ellos!
¿Un mundo feliz?
Juan Ricart Gómez | Ibiza |