El Evangelio de este domingo nos habla de las parábolas de la semilla y del grano de mostaza. El sentido principal de estas parábolas expresa el contraste entre lo pequeño y lo grande. El agricultor se esfuerza para preparar bien el terreno para la siembra. Una vez sembrada la simiente espera con paciencia el desarrollo de las semillas por su propia fuerza. El Señor habla del crecimiento del Reino de Dios en la tierra hasta el día de la siega, o sea, el día del Juicio Final. El Reino de Dios indica la operación de la gracia en cada alma. Dios opera silenciosamente en nosotros una transformación haciendo brotar en el fondo de nuestra alma resoluciones de fidelidad, de entrega, de correspondencia a la gracia. Aunque es necesario el esfuerzo del hombre, en definitiva es Dios quién actúa. El Espíritu Santo es quién, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras.
El es quién nos mueve para que podamos adherirnos a la doctrina de Cristo. Si somos dóciles a al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre.
Los que son llevado por el Espíritu de Dios, esos son Hijos de Dios. La semilla del Reino de Dios en la tierra es algo muy pequeño al principio, luego será un árbol grande.
En los Hechos de los Apóstoles podemos considerar el relato del nacimiento y expansión de la Iglesia. La comunidad primitiva estaba formada por los Apóstoles y un grupo de mujeres con María, la madre de Jesús. En Pentecostés todos reciben el Espíritu Santo. A partir de este momento el Espíritu Santo impulsa a dar testimonio de la resurrección de Jesucristo y a proclamar que este es el Salvador de todos los que creen en su Nombre. La Iglesia está formada por todos los creyentes, tanto judíos como gentiles. Las dos grandes figuras de Pedro y Pablo llenan y protagonizan el libro de los Hechos.
La Iglesia es esencialmente misionera y está llamada a dar testimonio de Jesucristo hasta el confín de la tierra. Los cristianos, discípulos de Jesús, con el testimonio de las buenas obras hemos de propagar la fe. Fe en Dios, fe en Jesucristo, fe en el Espíritu Santo. Fe en la Iglesia, es una, santa, católica y apostólica.
La virtud teologal de la fe es un don de Dios que tiene su expresión, como dice San Agustín, en practicar lo que creemos. Señor, creo en Ti, pero aumenta mi fe.