Formentera se muestra exultante desde principios de mes. La pandemia que nos ha tenido encerrados a todos ha hecho que en el momento en que se han relajado un poco las restricciones, la gente, ávida de sol y playa, haya escogido Formentera como primer destino para reconectarse.
El otro día me decía un empresario turístico que la última quincena de mayo había sido para ellos «como un junio bueno de años anteriores». Formentera es un destino seguro, con una muy baja incidencia del virus, y eso la hace deseada, además de sus muchos otros atractivos de siempre de sobra conocidos. La isla ha sabido resistir el envite del Covid y recuperarse rápidamente para ofrecer su mejor cara en la presente temporada. Y ha sido gracias al esfuerzo de todos los ciudadanos, empresarios, instituciones y trabajadores sanitarios. Un invierno de «hormiguitas» ha dado paso a un verano prometedor. Pero en esas que, el pasado martes, una amenaza inesperada llegó por Migjorn, como lo hacían los piratas en siglos anteriores. Y con la torre de vigilancia des Pí des Català convertida en museo, ningún vigía vio llegar al carguero de 87 metros de eslora hasta que el sol nació por La Mola. La explicación de la rarísima llegada de un buque que navegaba entre Gibraltar y Alejandría a la Platja des Valencians bien vale un programa de Iker Jiménez, porque, sinceramente, dudo que la investigación de Salvamento Marítimo pueda aclarar algo tan surrealista. Todo se resolvió con final feliz y reflotamiento se realizó ayer sin incidencias.
Pero ¿qué hubiese pasado si el barco hubiese llevado mercancía contaminante o hubiese roto el casco o los depósitos de carburante? Se habría liado parda y muy probablemente la temporada que tanto promete se hubiese ido al garete. ¿Se dan cuenta de nuestra fragilidad?