Mahatma Gandhi afirmó que «una civilización se puede juzgar por la forma en la que trata a sus animales». De hecho, la mejor manera de conocer en tan solo unos minutos los valores de una persona es observando cómo se comporta con el resto de especies. Los seres humanos somos tan altivos, tan prepotentes y tan desconsiderados que, no contentos con invadirlo y arrasarlo todo a nuestro paso, nos olvidamos de algo tan importante como nuestra propia humanidad.
La forma en la que pedimos un café un lunes cualquiera, ese saludo esquivo en el portal, la respuesta ruda que le damos a un compañero en el trabajo, el insulto oscuro desde la ventanilla del coche a otro conductor o la ausencia de empatía hacia alguien que precisa nuestra ayuda fingiendo ignorarle, nos ponen en evidencia y muestran nuestra peor cara.
Patrizia siempre ha dicho que se entiende mejor con los perros que con las personas. Ellos siempre dan su amor sin fisuras y sin pedir nada a cambio. Ahora vive en Formentera con su particular manada. Antes lo hizo en Ibiza, en Roma y en multitud de países, pero se enamoró perdidamente de las Pitiusas y decidió dar vida aquí a su sueño de montar una galería de arte donde compartir el talento de fotógrafos como ella, de pintores o de escultores internacionales. De su mano tuve el privilegio de conocer a artistas maravillosos como Miguel Vallinas, de organizar una exposición de obras maridadas con vinos o con propuestas gastronómicas del chef Pepe Rodríguez o de presentar una muestra internacional de esculturas de los podencos más increíbles que haya visto. Patrizia es generosa y apasionada. No hace las cosas para recibir halagos ni aplausos, de hecho, desconfía de los palmeros y suele rodearse de gente trabajadora, humilde y honesta. Es capaz de impulsar subastas benéficas en las que adquiere la mayoría de sus propias piezas para ayudar a las causas que considera importantes, porque cree que la vida se compone de gestos y no de palabras.
La primera vez que nos invitó a su casa estuvo muy atenta a nuestra manera de tratar a su particular jauría y creo que en ese momento nos conoció mejor que en todos los meses que habíamos trabajado juntos.
Esta semana me ha escrito para compartir conmigo su particular grito de guerra. Uno de sus chicos, Johnny, ha visto cómo los años se le cosían a las patas y a las caderas y precisa de un tratamiento especial en Ibiza que le obliga a recorrer los metros de costa que separan ambas islas todos los viernes a primera hora. Para eso ambos tienen que coger un barco que no está adaptado para transportar a un perro con necesidades especiales (y tampoco a una persona con movilidad reducida, ya que la plataforma de la que dispone está rota y no puede usarse).
Johnny pesa 35 kilos y si no sigue este tratamiento perderá la movilidad. No puede subir escaleras y cada viernes su particular procesión es más dura porque Patrizia es una mujer menuda que se ve obligada a subirlo en brazos.
En los últimos meses me cuenta que ha escrito varias cartas a dicha compañía rogando soluciones, como poder usar el ascensor del que dispone o que alguien, al menos, le ayude a subirlo, pero la respuesta es siempre la misma: que ninguna de sus propuestas son viables y que la tripulación debe seguir unos estrictos protocolos por lo que no pueden tocar el equipaje de los pasajeros, ni a estos, perros incluidos. Eso sí del ascensor inutilizado y de la rampa rota no dicen nada.
Amante es el que ama, estudiante es el que estudia y persona quien se comporta con dignidad y humanidad con todos los que le rodean. Seamos civilizados y demos voz y caricias a Johnny. Hagamos que los viernes sean menos duros para todos y demostremos qué tipo de civilización queremos ser.