A Manu Tenorio se le quebraba la voz mientras cantaba un Lucía que sonaba demasiado a Elena y Adriana Abenia mostraba su sonrisa más sincera para recordarnos que el mundo necesita a más mujeres buenas. El cuadro de Marta Torres, con una ventana abierta a un futuro sin cáncer, iluminaba la sala de eventos del hotel Aguas de Ibiza y todos los presentes teníamos la alegría contenida. Lo que estábamos celebrando en aquella VI Gala era mucho más que una cena benéfica: era una vuelta a la vida, a la normalidad, una partitura de esperanza en la que entonamos una canción destinada a hacernos bailar en un mundo sin cáncer y donde Priscila Monteiro Kosaka, como siempre, supo ser la solista principal.
Ser parte de dos organizaciones como Asociación Elena Torres para la Detección Precoz del Cáncer e Ibiza y Formentera Contra el Cáncer es mucho más que cubrir el expediente de la responsabilidad social corporativa. Es hacerle al cáncer el corte de mangas diario para esquivar al enfado cuando se fija en una nueva víctima, es darle un manotazo firme con el que espantar a los fantasmas del pasado y es participar en algo importante que dejarle a este mundo. Mi legado no serán mis letras, porque ni son tan buenas ni tan reseñables como para perdurar en el tiempo. Tampoco mis abrazos, sonrisas o platos. No pretendo perpetuar mis genes, porque asumo que son bastante sencillos y mis hermanos ya lo han hecho demasiado bien, ni espero que se me recuerde en calles, estrellas o anales. Mi herencia será haberme rodeado siempre de personas brillantes y haber escrito sus gestas para que lleguen muy lejos.
Helen Watson recibirá un nuevo premio el 15 de octubre para recordarle lo que todos sabemos: que ha hecho mejor y más sencilla la vida de muchas personas. En un año ha recibido dos galardones por su inestimable aportación a la mejora de la calidad asistencial de los pacientes de cáncer de Ibiza y de Formentera, pero también por las décadas en las que ha mimado la convivencia entre británicos e ibicencos. Para mí ser parte de la familia de «mi pan de molde» es un honor y un privilegio, como el que sentían los soldados de Alejandro Magno al acompañarle en cada nueva batalla, y he jurado defender firmemente su causa para llegar hasta los confines que ella trace.
Mari Carmen Gutiérrez escogió el camino difícil. En vez de esconderse en su dolor lo hizo visible para que estallase tan fuerte que su onda expansiva permitiese al resto de madres del mundo no tener que despedir a sus hijas. Su amor es tan contagioso que somos muchos los acólitos que la seguimos hasta los rincones más insospechados para hacer nuestro su destino. A mí me curó de la enfermedad del miedo y de la ira y yo a cambio le escribo guiones, notas de prensa, le traigo a rostros conocidos que difundan sus gestas y le acompaño como fiel escudera.
En este sendero tenemos mucha ayuda: a todo el equipo de mi agencia, Imam Comunicación, que dispara de forma certera fotografías, vídeos, gestiona redes sociales y da en la tecla para conseguir que sean muchas las personas que se sumen a este cuento que promete terminar con un final feliz. El proyecto que financiamos ya está en su tercera fase y de aquí al cielo, logrando que esta enfermedad se detecte con un simple análisis de sangre, ya solo nos quedan unos cuantos vuelos. Mientras, celebramos juntas el Pink October y nos empeñamos en pintar de rosa este mes gris de otoño con acciones solidarias en restaurantes y hoteles tan maravillosos como Trattoria del Mar, Bistró del Mar, Corso, Hard Rock Cafe o Hard Rock Hotel.
No nos dejéis solas, que algunas mujeres buenas necesitan a su lado a los mejores ejércitos.