Aunque para el lector las elecciones de 2023 todavía se antojen lejanas, en los diferentes partidos políticos ya empiezan a calentar para el baile de nombres que completarán sus listas. Basta echar un ojo a las redes sociales para comprobar cómo algunos individuos alaban a sus líderes para que, llegado el momento, reciban su “merecida” contraprestación en forma de sueldo público. Estos parásitos se olvidan durante unos meses de su dignidad y del sentido del ridículo para enaltecer a políticos mediocres cuales santos bajados del cielo para guiar a su rebaño.
No es de extrañar que pronto observen moratones en personas sin oficio ni beneficio, fruto de los codazos que se dan entre sí para colocarse entre la larga lista de cargos públicos que les brindará un futuro mejor (al menos durante cuatro años).
Precisamente, esta es una de las razones por las cuales la política goza de un comprensible desprestigio social, dado que ya no es el foro de los más capaces, sino el de los más serviles. Antaño en España en general y en Ibiza en particular, se presumía cierta altura moral e intelectual que merecía el respeto no sólo de acólitos, sino incluso de adversarios. Estoy pensando en figuras como Marí Calbet (PP), Vicent Tur (PSOE) o Fanny Tur (ExC).
Ahora, en cambio, las instituciones se han llenado de políticos profesionales que se eternizan enlazando un cargo tras otro para evitar pisar el frío suelo de un empleo. Precisamente, son pocos los profesionales que deciden abandonar su negocio o su actividad para que les vilipendien en el altar de un sector público que cada vez más se parece al teatro de lo absurdo. Salvo honrosas excepciones, estamos en manos de ignorantes con más ego que capacidad, que están en política por supervivencia y no por vocación de servicio público.