El puente de la Constitución aguanta todavía; la Constitución no se sabe. El último asalto conjunto del Gobierno y la oposición (de los dos) al Tribunal Constitucional, y la consiguiente invasión de nuevos magistrados enormemente independientes y conflictivos, ha dejado tambaleándose ese pilar central de nuestro ordenamiento jurídico, aunque gracias a Dios no la estructura del puente festivo de dos arcos, uno de los más largos del calendario con el apoyo de la Inmaculada Concepción.
Y si la fiesta constitucional resiste, para alborozo de la gente y el sector del ocio y la restauración, cabe suponer que también la Constitución y su tribunal resistan esta nueva embestida del poder político. Lo ignoro, eso se verá cuando empiecen a emitir fallos y dictámenes importantes. A todas las leyes que apruebe el Gobierno y, naturalmente, recurra el PP. Que son todas.
De momento, ya estamos en medio del puente, y hemos podido constatar que aunque la Constitución se tambalee, cruja y haga unos ruidos de lo más inquietantes, su fiesta se mantiene firme y sólida con el mencionado apoyo de la Inmaculada, para alegría de la gente y de nuestra economía, la más festiva del mundo. Yo de toda la vida suelo pasar los puentes, precisamente, debajo del puente como un vagabundo desarrapado, y ni viajo a ningún sitio, ni pernocto por ahí, ni contagio a nadie.
Vacunado y en casa. Bajo el puente, que es donde estoy ahora. Si se derrumba, tan peligroso es estar debajo como arriba, pero si este año no ha pasado nada con estos temblores constitucionales, es que no pasará de momento. ¿Y mañana? Bueno, pues mañana también es fiesta, por supuesto religiosa, lo que le da un aspecto muy barroco a este puente. ¡Barroquismo constitucional! Algo muy español, del Siglo de Oro.
Pero dejemos ya este tema. La Constitución fue ayer, agua pasada, y hoy es el puente festivo propiamente dicho. Que cada cual lo disfrute como pueda. No es momento de prestar atención a nuestros líderes políticos. Seguro que están trabajando, y aprovechan la fiesta para exhibirse y hacer declaraciones ingeniosas.
Bueno, que hagan lo que quieran. Yo he tardado sesenta años en conseguir tener un déficit de atención muy infantil, y lo estoy disfrutando. Bajo el puente, decía. Si prefieren transitarlo por arriba, estupendo.