Estos días he tenido a la mami un poco pachucha. Solo un poco porque como es fuerte como un roble lo que podría haber sido algo más complicado lo ha vuelto a solucionar casi como si nada. Ha dejado atrás una neumonía como quien se quita polvo del hombro y ya está paseando por Jesús. Una pasada.
Sin embargo, esto no hubiera sido posible sin la ayuda que le han prestado en el Hospital Can Misses de Ibiza donde vivimos cosas muy buenas y alguna menos buena. La dedicación, la profesionalidad y el cariño que le han dedicado a mi madre las enfermeras, médicos y profesional sanitario de la cuarta planta del edificio G ha sido estupenda desde que nos dijeron que se quedaba ingresada. La han tratado de maravilla y han hecho que todo fuera más fácil y sencillo, siempre pendientes de que no faltara nada, demostrándome una vez más que se trata de una de las profesiones más vocacionales que existen.
Además, siempre te recibían con una sonrisa, teniendo incluso tiempo para ambientar la planta con decoración navideña. Increíble. Sin embargo, también ha habido algún pero. La espera en urgencias el primer día que llegamos, con ella muy mala, fue terrible. Aparecimos en el hospital en torno a las 11.00 horas y desgraciadamente no fuimos atendidos hasta las 17.00 horas. Y cuando lo hicieron, la médico que valoró a mi madre, tras dedicarle apenas unos minutos, comenzó a mirar botas para comprar en Internet en su ordenador. Un hecho que, si no hubiera sido por la gravedad del momento, me hubiera parecido cómico.
Una pena porque es un importante borrón a la labor de tantos y tantos profesionales que se desviven por sus pacientes día tras día. A estos, gracias infinitas. Y a la otra… pues también.