Estos días de navidades sin besos ni abrazos (maldito bicho), las ilusiones de los más pequeños y los que no lo somos tanto giran en torno a personajes que se han convertido en tradición por el arte del comercio y el consumismo.
Por un lado, Santa Claus o Papá Noel, un orondo señor, vestido de rojo Coca-Cola y que viaja desde el lejano Polo Norte para repartir los regalos entre los niños que se han portado bien. Por otra parte, los Reyes Magos que vienen en un largo y tedioso viaje desde el lejano Oriente, con la misma misión de repartir ilusión y pillar una buena cogorza a tenor de las copas de anís y coñac que dejamos a punto, junto a los polvorones y el agua para los camellos, para que se hidraten mientras nos dejan los regalos.
Los tenemos muy interiorizados, pero, ¿no les parece que nuestros personajes navideños son un poco lejanos y alejados de nuestras tradiciones y costumbres? Tengo un poco de envidia sana de los vascos que tienen a su Olentzero, un carbonero ermitaño, al que le gusta el buen comer y el buen beber, que por unos días abandona la sitja para repartir los regalos en el País Vasco y Navarra. ¿Qué quieren que les diga? Me parece mucho más cercano y arraigado a las tradiciones propias.
Propongo que creemos un personaje navideño más nostru, alguien mucho más representativo de las Pitiusas y que tome salsa de Nadal con bescuit y licor de hierbas. El nuevo icono puede ir desde una entrañable payesa de rojos mofletes hasta un experto pescador que use su llaüt para cargar los regalos a repartir.