Es duro constatar que buena parte de la acción del Consell d'Eivissa no depende de la habilidad de sus gobernantes sino de la simpatía o antipatía que sientan hacia Ibiza quienes ostentan el poder en el Govern. Es decir, en Mallorca. Esto es algo que ha sucedido históricamente. Y esto es algo que estamos viendo ahora mismo con el espinoso asunto de las fiestas ilegales.
El problema, como otros tantos, no podrá resolverse sin el respaldo del Ejecutivo de la socialista Francina Armengol. Y, al parecer, nadie allí está por la labor. Esta falta de interés ha tenido como consecuencia que los dos ayuntamientos gobernados por el PSOE en Ibiza, los de Vila y Sant Josep, hayan roto el consenso para buscar una solución efectiva con el Consell y otras administraciones y entidades. La ruptura ha llenado de impotencia a un PP que se ve bloqueado para resolver un problema que, por desgracia, va a más y que afecta muy negativamente a Ibiza porque contribuye a incrementar la terrible fama de que aquí todo vale.
El presidente insular, Vicent Marí, tiene claro que si el escenario de estas fiestas fueran villas mallorquinas, la cosa se hubiera resuelto hace tiempo. Pero sucede en Ibiza y, como con tantas otras cosas, eso significa que Mallorca no va a moverse ni un milímetro para echar un cable. Que ante esa postura los socialistas ibicencos se pongan de perfil, como bien ha dicho Marilina Ribas, es muy preocupante. Porque el problema no es que lo hagan ahora. El problema es que lo hacen siempre. El problema es que la FSE-PSOE no es más que una sucursal de un PSIB que bien podría llamarse PSM porque lo de IB le queda muy grande. Demasiado.