La leyenda hedonista de Ibiza continúa chocando a aquellos bolas tristes que tienen la seriedad de burro. Y así caen ministros galos por venirse a pasar unos días de invierno. Desde que metieron en la cárcel a Madame Claude (celestina de muy altos vuelos), la dulce Francia es el país más burgués del mundo y, si no guardas las apariencias, directamente te guillotinan. ¿Es Macron un nuevo Robespierre? El puritano ya anunció un reinado del terror para los no vacunados.
Si el ministro galo se hubiera largado a Badajoz o Tarragona, nadie pediría su dimisión. Pero la fama pecaminosa de Ibiza siempre ha dado miedo a los hipócritas de nula cultura, con o sin pasaporte vírico. El ministro tendría que decir en su defensa que no ha venido a alzar la mano a lo sieg hail con el bakalao electrónico, sino que ha peregrinado a estudiar al dios Bes, del cual se conserva una magnífica escultura en el Louvre. Y de paso que ha probado los suculentos raors de Sa Caleta –la temporada de la piraña pitiusa es inversa al turismo de masas–, que ha devorado un bocata en el Costa, que es uno de mis bares favoritos del mundo y de eso sé mucho; incluso que ha bailado un rock en Can Jordi tras un baño solitario en Salinas. Esos placeres de la Ibiza en invierno para un connaisseur.
Pero todo tiene que ver con Bes, el dios cachondo que da su nombre a Ibiza, el maravilloso pigmeo siempre erecto que invita a la danza, la risa y el sexo como modus vivendi; el mismo que cuida el sueño de los niños y ayuda a las al.lotas a encontrar el amor. Y me place que su leyenda siga asustando a los tibios.