San Juan Bautista, el hijo de Zacarías y de Isabel, fue el que preparó la venida del Señor. Por medio del arcángel, Dios interviene de forma extraordinaria en la vida de los padres del Bautista: de Zacarías y de Isabel. Ambos eran justos ante Dios. No todo el que es justo ante los hombres es también justo ante Dios. Los hombres ven lo exterior, pero Dios ve en el corazón. Lo que importa al cristiano, lo que nos debe interesar a todos, es ser justos ante Dios. El arcángel San Gabriel anuncia a Zacarías los tres motivos de gozo por el nacimiento del niño: primero, porque Dios le concederá una santidad extraordinaria; segundo, porque será instrumento para la salvación de muchos, y tercero, porque toda su vida y actividad serán una preparación por la venida esperada del Mesías. San Juan prepara la primera venida del Mesías. Este es de quien está escrito: He aquí, yo envío delante de ti a mi mensajero, que vaya preparando el camino. La incredulidad de Zacarías no consiste en dudar del envío por parte de Dios, sino en considerar solamente la incapacidad suya y de su mujer, olvidándose de la omnipotencia divina. «Para Dios no hay nada imposible». Cuando Dios pide nuestra colaboración en una empresa suya hemos de contar más con su omnipotencia que con nuestras escasas fuerzas.
En el pasaje que comentamos se recoge el anuncio de la concepción y nacimiento del Precursor de Cristo. El arcángel San Gabriel cuyo significado es «fortaleza de Dios», es el mismo al que Dios confió el anuncio de los acontecimientos relativos a la Encarnación del Verbo.
La Sma. Virgen conoce por la revelación del ángel, el misterio del inminente nacimiento del Bautista, y se apresura a prestarle ayuda, movida por la caridad. Este hecho de la vida de la Virgen tiene una clara enseñanza para los cristianos: Hemos de aprender de Ella la solicitud por los demás. No hemos de pensar solamente en nosotros mismos, en nuestros propios problemas, hay que ayudar, si lo necesitan, en las necesidades espirituales y materiales. En el rezo del Ave María repetimos estas salutaciones con las cuales nos alegramos con María de su excelsa dignidad de Madre de Dios. Damos gracias por habernos dado a Jesucristo por medio de María. Movido por el Espíritu Santo, Isabel llama a María «madre de mi Señor», manifestando por inspiración divina que la Virgen es Madre de Dios.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores.