El Mandamiento más difícil de nuestra santa Religión es el amor a los enemigos.
«Perdonad y seréis perdonados; sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Al rezar el Padre Nuestro, le decimos a Dios que nos perdone como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. Pedimos perdón condicionalmente. En la primera lectura se nos presenta como modelo de perdón y misericordia a David, que, pudiendo vengarse de Saúl, su enemigo, le perdonó la vida, no queriendo atentar impunemente contra el ungido del Señor.
Al hacer una buena confesión, el Señor nos otorga su perdón y su paz. La Iglesia tiene la misión y el poder de perdonar los pecados porque el mismo Cristo se lo ha dado. Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn 20,22-23).