Hay un momento en el que te cansas de todo y cada pequeña acción se te hace cuesta arriba. Ese instante en el que descubres que nada va a ir bien y en el que la actitud positiva y las frases motivadoras se visten de meros cuentos.
Una mañana te despiertas agotado, sin poder salir de la cama, aterido por un frío húmedo que no recordabas haber sentido nunca y cuyo olor te provoca arcadas, asumiendo esta nueva realidad. Hoy, dos años después del anuncio de esta mal llamada pandemia, seguimos llevando mascarillas, mientras nos consumen las sonrisas. Vivimos con el miedo a viajar, a abrazar y a besar cosidos a las tripas y vemos cómo nuestras vidas han retrocedido hasta devolvernos a las casillas de salida. Hoy, todo lo que habíamos construido se ha desplomado como un castillo de naipes y no estamos seguros de querer o de poder reconstruirlo. Los 40 son los nuevos 20, no tanto porque nos sintamos eternos jóvenes, sino porque nos han cortado los tallos.
Nuestras hipotecas son más altas, los precios de la electricidad, del gas, de la gasolina y de los alimentos rozan lo abusivo y sobrevivir parece únicamente el título de una canción. Los informativos hablan de crisis, de guerras, de desastres, de muertes, de enfermedades, de subidas de impuestos o de peleas entre políticos que en vez de solucionar las cosas se enzarzan en batallas pueriles del «tú más». Hoy la luz está cada día más lejos y los atardeceres de Ibiza son solo un espejismo para turistas.
Nos morimos de pena cuando nuestros amigos nos cuentan que les echan de sus pisos o que ya no saben cómo pagarlos. Asistimos atónitos a conversaciones en las que nos relatan cómo con dos sueldos en casa no llegan a fin de mes y nos enfadamos y retorcemos de impotencia por no poder ayudarles. Su tristeza es también la mía, la nuestra, la de todos. ¿Qué sociedad estamos construyendo? ¿Qué destino permitimos que marquen los vientos del «sálvese quien pueda» y del individualismo mediocre y roto?
Llega un momento en el que sientes que estás cada día más cansado y abatido. Ese instante en el que estallas y donde no consigues encauzar el rumbo. De su mano se presentan sin previo aviso las enfermedades mentales silenciadas, los suicidios escondidos para que no se contagien, los psicólogos que no se mencionan, aunque cuestan demasiado, y otra brecha social más que demuestra que hay tristezas de primera y de segunda.
Yo estoy ya cansada de ver a tantas personas agotadas, boqueando exhaustas mientras que aquellos a quienes escogimos para que subiesen las persianas de esta negritud no hacen sino encerrarnos tras cientos de ventanas. Yo me niego a ver cojas nuestras libertades, sueños y esperanzas y solo quiero despertar y saltar de esta trampa en la que pretenden cazarnos.
Yo no sé a ustedes, pero a mí ya me irrita el cansancio y por eso exijo acción para que vivir vuelva a ser una palabra con menos suspiros y más carcajadas. Si los capitanes no son capaces de atracar en un buen puerto, asuman que no estarán exentos de motines de esta tripulación de marineros sin vocación, mareados y exhaustos. No infravaloren a un pueblo cansado.