Abel Matutes Juan afirmó hace pocos meses que si faltase el sentido común y se desatase una guerra esta «sería la destrucción de la humanidad». El ex político y empresario terminaba con esta sentencia una interesante entrevista en Ebusus Sociedad Cultural en la que repasó su trayectoria profesional y personal. «Actualmente cualquier país está en condiciones de hacernos volar a todos», afirmó ante una pregunta del público sobre la necesidad de producir mejores energías y alimentos para no colapsar el planeta. «El cambio climático es una realidad con la que tenemos que convivir y que va a exigir sacrificios y renuncias en nuestro nivel de vida, pero tenemos que reforzar el diálogo y los procedimientos de cooperación internacionales para evitar un conflicto armado», reflexionó, porque ante un ataque nuclear el mundo, tal y como lo conocemos, desaparecía.
Yo ya leía esos días noticias en medios extranjeros sobre las intenciones de Rusia de anexionarse Ucrania, pero jamás pensé que el fantasma de una tercera Guerra Mundial, así, sin toallas mojadas, podría golpearnos a todos en la cara. Como dice Jorge Bustos, «Vladímir Putin reúne lo peor de la derecha, que es el historicismo, y lo peor de la izquierda, que es el colectivismo». Convencido de que es la reencarnación del súper hombre, estoico, frío y ajeno a los deseos primarios y al hedonismo capitalista, alimenta la nostalgia de un pasado nacional, el de la URSS, para dirigir su cuadriga hacia los países que considera parte de su imperio. Convertido en un emperador borracho de poder y de soberbia, ordenó hace unos días atacar la región de Donbás esgrimiendo que su intención era liberar al pueblo ucraniano de una dictadura nazi, cuando el fascista era él y el presidente de ese país, precisamente, judío. Hay quienes hacen demagogia sobre la rápida respuesta de Estados Unidos y de todos los países europeos al unísono, esgrimiendo que sentimos empatía porque «los ucranianos son rubios con ojos azules» y no palestinos o saharauis, sin ser conscientes de que una guerra nuclear nos dejará a todos ciegos y calvos. Esta no es una guerra civil en territorio foráneo, sino la gran cruzada que Putin lleva años preparando, tanto económica como tácticamente, porque cree que esa es su misión y considera que la expansión de la OTAN es un peligro para su concepto de soberanía. Esta no es otra Guerra Fría, sino que el calor de los misiles contrasta con los cortes de luz y de gas que dejan a millones de personas heladas y muertas de miedo, mientras las bombas iluminan sus noches inciertas.
El mundo ha cambiado y mientras que algunos creemos en la paz y en el diálogo, otros han preferido alimentar a las bestias a cambio de su dinero, hasta que esos mismos monstruos, gordos y enfermos de grandeza han amenazado con devorarlos.
Moscú considera que la República Soviética sigue latiendo y quiere recuperar su aliento, pero con lo que no contaba es con que la identidad de un pueblo no la decide un oligarca, sino quienes lo conforman, y que el resto del mundo hemos decidido defender a nuestros vecinos de la devastación para evitar que mañana nuestra casa sea arrasada.
¿Han visto ustedes Chernóbil, la serie que desgrana cómo se produjo el desastre nuclear de 1986 y las secuelas que dejó en Ucrania y en su entorno? Para sacar pecho ese cementerio de vida fue uno de los primeros bastiones escogidos por Putin para sembrar el terror. Acto seguido anunció que, de no deponer las armas, iniciaría una guerra nuclear sin precedentes mientras bombardeaba el edificio de oficinas de la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, con seis grandes reactores de energía nuclear. Nada accidental, otra amenaza en serie y una muestra de lo que es capaz un hombre cuando se olvida de que lo es y camina hacia el infierno convencido de ser el elegido para dirigir a su país hacia la victoria. Hoy todos somos ucranianos, todos somos europeos, todos somos ciudadanos de un mundo libre de amenazas y de bombas y juntos debemos impedir que los locos nos hagan volar a todos.