Uno de mis bares favoritos estaba en la hoy polémica zona de Port de Can Nebot, en Cala Vadella. Lo llevaba una escocesa de sonrisa picta y deslumbrantes ojos verdes junto con su novio, que parecía jugador de rugby. Tenía vistas privilegiadas y a menudo, a la puesta de sol, pichaban arias de ópera cantadas por Pavarotti o la Sutherland (bálsamo para los oídos hartos del bakalao electrónico que impera en tantos garitos desde hace demasiado tiempo). En el pequeño embarcadero podías darte un baño alejado de masas playeras y luego subir de nuevo al bar, para brindar con una ginebra seca y resinosa como Xoriguer.
La última vez que estuve, hará tal vez cinco lustros, me encontré con una bellísima al.lota que lloraba dignamente en compañía de una botella de champagne. Naturalmente traté de consolarla con toda la ternura que mi timidez permitía, pero ella prefería llorar en solitario. Así que fui a darme un baño al mar, que en la tarde tenía un sabor dulce por la impresión de esas lágrimas tornasoladas. Al subir las vertiginosas escaleras, ella ya no estaba. Incluso el bar, del cual no puedo recordar su nombre, había cerrado. Y no volvió a abrir sus puertas. Al poco todo se valló y dejé de ir, quedándome en mi querida Cala Carbó. Se decía que alguien compró el promontorio para hacerse una casa. Luego me enteré que pretendían hacer 64 apartamentos, siguiendo la masificada colmena de toda Vadella. Después cambiaron el plan a doce casas. Y ahora, tras leer la información de José M. de Lamo, me entero de que todo está parado. El urbanismo en Ibiza es delirante, pero yo echo de menos ese bar donde pinchaban Nessun Dorma. Aunque nunca averigüé el nombre de la principesca al.lota.