Todos queremos que nuestros hijos, sobrinos, nietos o alumnos tengan libertad de elección en sus vidas. Sin embargo, durante los últimos años se ha puesto de moda la búsqueda de la libertad en la infancia del niño y en alguna ocasión se nos ha olvidado la importancia de la existencia de normas en sus acciones. Si en casa o en la escuela no existen normas el niño muy probablemente sufrirá ansiedad, fruto de la incertidumbre de lo que ocurrirá después de un comportamiento.
Esto podrá desencadenar en sentimientos de inseguridad y un bajo nivel de frustración que se transformará en una educación basada en un pulso entre el niño que quiere indagar y el adulto que quiere mantener el control. Ponerle límites sanos y coherentes al niño es todo lo contrario a quitarle libertad, es dársela. La libre elección va de la mano del conocimiento de hasta dónde pueden llegar sus acciones. No todo vale. Su libertad acaba donde empieza la del otro y hacerle saber eso le va a dar seguridad, autoestima, autocontrol, mejora de sus habilidades sociales y desarrollo de su moralidad.
Esto no quiere decir que se le deba prohibir todo continuamente y colocar los límites desde el despotismo, donde los padres son las únicas personas capaces de tomar decisiones que deben ser respetadas sin escuchar al niño. Debe haber unas normas claras y definidas de respeto hacia uno mismo, hacia los demás y hacia el entorno. Como decía Maria Montessori: «Libertad y disciplina son dos caras de la misma moneda: no puedes tener una sin la otra».