Cada vez me encuentro con más familias y maestras preocupadas porque sus hijos, primos, nietos o alumnos se han olvidado de jugar. El juego simbólico no forma parte de la vida de los niños y necesitan a alguien o algo para poder divertirse. En un colegio de cuyo nombre no quiero acordarme una maestra de infantil me contaba que ofreció piezas de construcción a los niños para que pudieran jugar y los niños la miraban sin saber qué hacer. Sacaron las piezas de la caja y unos empezaron a darles patadas mientras otros las tiraban por la ventana.
Hay muchos posibles motivos pero hay dos que últimamente se están repitiendo más. La primera razón puede ser debido a que cuando son bebés narramos lo que están haciendo en todo momento y no les dejamos jugar solos libremente. Les preguntamos todo y se vuelven adictos a juegos que necesitan una explicación, cuando sabemos que a veces no hay palabras para expresar lo que imaginamos y menos si son niños.
La segunda razón puede ser a causa de que juegan de forma dirigida con unas normas poco flexibles, ellos no crean nada porque ya está todo creado y se vuelven marionetas que necesitan que les digan qué pueden o no hacer y cómo se juega. Los vídeojuegos alimentan esta situación ya que en ellos está todo definido y acotado.
Los niños tienen que tener momentos juego libre en el que prime la imaginación, tiene que volver a estar de moda en las casas la situación de aquel anuncio de 2013 en el que un niño se emocionaba cuando veía que su regalo era un palo, ¡Un palo!