Ahora que la primavera, al fin, se ha dignado a llamar a las puestas de casa, tengo un plan para las próximas semanas. Soy escritor; quiero decir, observo, tomo notas e imito. ¿No es lo que hacen todos los artistas? Quiero llevar vida de gato.
De gato doméstico, entiéndanme. Dormir largas siestas mientras el sol calienta mi barriga, sabiendo que al despertar no tendré nada que hacer salvo ir al jardín trasero para que me den de ese paté que tanto me gusta, que hace que me relama los bigotes.
Luego tocará pasear un poco por las calles, marcar territorio aun sabiendo que es inútil cualquier intento de demarcación -las calles y la noche son de todos y está bien que así sea-, vivir ese misterio que es para los seres humanos la vida nocturna de los gatos, y regresar por la mañana, llamar a la puerta mientras la familia dueña del paté desayuna, dejarme acariciar, oír palabras en mi honor que no entenderé y que, sin embargo, sabrán reconfortarme, y volver a tumbarme y estirarme y no pensar en nada y bostezar de vez en cuando, como para recordarle al mundo que sigo vivo.