El domingo es el día del Señor. El día que Jesús resucitó. El día del encuentro con el Señor Resucitado en el que creemos por la gracia de Dios, sin haberlo visto. Nos bastan los signos. La Palabra, la Eucaristía, las llagas de nuestros hermanos necesitados, para descubrir que el Señor sigue presente entre nosotros. Jesús se aparece a los Apóstoles la misma tarde que resucitó. Se presenta en medio de ellos sin necesidad de abrir las puertas, ya que goza de las cualidades del cuerpo glorioso.
El Evangelio que acabamos de escuchar nos habla de dos apariciones de Jesús a sus Apóstoles. Faltaba uno de los Apóstoles cuando Jesucristo se apareció. Faltaba Tomás. Cuando sus compañeros le comunicaron que el Señor había estado con ellos, Tomás negó que el Señor hubiese resucitado y hubiera estado con ellos. Jesús, ante la incredulidad de su Apóstol, le dice: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto».
El Señor confiere a sus discípulos la potestad de perdonar los pecados. El sacramento de la Penitencia es la expresión más sublime del amor y misericordia de Dios con nosotros pecadores, como espera siempre con los brazos abiertos que volvamos arrepentidos, para perdonarnos y devolvernos nuestra dignidad de hijos suyos. Los cristianos debemos saber apreciar y aprovechar con fruto este sacramento. Si son muchos nuestros pecados, también sabemos que la misericordia de Dios es infinita.