Hace casi un siglo, el taciturno físico teórico Paul Dirac, uno de los padres de la mecánica cuántica, predijo la existencia de antimateria en su famosa ecuación de Dirac, que le valió el Nobel en 1933. En física de partículas, la antimateria, formada por antipartículas (el antiprotón, el antineutrón, el antielectrón o positrón), es lo opuesto a la materia y todos los materialistas se llevaron una alegría al saber que lo contrario de la materia no era el espíritu, como se supuso durante milenios, sino otro tipo de materia que en contacto con ella provocaba la aniquilación mutua, pero material al fin y al cabo. La antimateria se puso de moda, invadió el lenguaje y las ficciones. Y aunque se calculó que en el origen del universo las cantidades de una y otra eran idénticas, y se especuló con la existencia de galaxias de antimateria dotadas de antigravedad, lo cierto es que no había forma de encontrarla. Ni siquiera el descubrimiento de la materia oscura (siempre falta materia) solucionó el problema; lo multiplicó.
Los materialistas íbamos de decepción en decepción, y el propio Dirac, ateo redomado sin otro dios que las matemáticas, sintió flaquear su fe materialista en los últimos años, y casi se hizo creyente. En qué, ni él lo sabía. Ah, los disgustos de la materia. Y de la antimateria. No hubo forma de encontrarla, por lo que ya apenas se habla de ella, y el entusiasmo inicial se ha mitigado mucho. Allá por 2010 los científicos del CERN crearon 38 átomos de antihidrógeno, que duraron apenas 172 milisegundos, y poco después lograron mantener algunas docenas durante 16 minutos, colosal hazaña no por ello menos frustrante. Considerando que se trata de la sustancia más cara del mundo, cientos de millones de dólares la milmillonésima de gramo, la antimateria está resultando un fiasco. Invisible, intangible. Fue un alivio filosófico para los materialistas, pero que ya sabe a poco. Esperábamos más, sinceramente. La materia necesita antimateria para tener sentido, igual que los cuerpos necesitan anticuerpos para funcionar. Y nada, no hay manera. Yo de anticuerpos bien; de antimateria no tanto. Un golpe para la fe materialista. Espero que no me pase como a Dirac.
Tal vez todo Dirac,como pensamiento subordinado a la belleza matemática y a la reveladora simplicidad de la simetría, necesita como contrapunto a su intuitivo, excéntrico y aparentemente caótico Feynman, demostrando así que los deslumbrantes conceptos de belleza pitagórico-platónicos no lo son todo, ni rendirse por completo a la belleza matemática es el único acto de fe posible en la ciencia (como en la vida).Reconciliar humanismo y ciencia, incluso teología, es tarea de genios visionarios, aportando más ángulos de visión, y otros conceptos alternativos de belleza, como el tradicional nipón wabi-sabi o el más chic iki, donde una muy ligera desviación refina lo bello y lo redefine en su unicidad, como hace la increíble diversidad natural.Así también la armonía del conjunto,que no preocupa sólo al autor, habría que buscarse,no en la uniformidad del mismo, sino en como curiosamente, la aparente discordancia lo reafirma con más rotundidad, como el contrapunto en Bach, que convierte la polifonía en pura armonía. Otra cosa es el término yabo/busui, con el que calificar a los portadores del no tan poético como se cree "haiku" de Dirac tatuado en las carnes, que en términos reduccionistas occidentales, se podrían calificar de horteras, sin más.