San Lucas en los Hechos de los Apóstoles nos habla de la Ascensión del Señor a los Cielos. Termina su presencia visible de Jesús en la tierra. Esta solemnidad nos sugiere otra realidad de su presencia entre nosotros. Nos anima a que vivamos el hecho de estar con Él en el mundo. Jesús está con nosotros en la Eucaristía con su cuerpo glorioso, su sangre preciosa, su Alma y Divinidad. El Señor nos espera a todos en el Cielo. La vida en la tierra que tanto amamos no es lo definitivo, sino que andamos en busca de la futura. No hay palabras humanas capaces de expresar los sentimientos de gratitud, de amor, y de correspondencia que nos produce la contemplación de la vida de Cristo entre los hombres. Podemos saborear el resumen que nos ofrece el Magisterio de la Iglesia. «Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos. El mismo habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Anunció y fundó el Reino de Dios, manifestándonos en sí mismo al Padre. Nos dio su mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a los otros como Él nos amó. Nos enseñó el camino de las bienaventuranzas evangélicas: a saber, ser mansos y pobres de espíritu, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia. Padeció bajo Poncio Pilato, Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, murió por nosotros clavado en la cruz, trayéndonos la salvación con su sangre redentora. Fue sepultado, y resucitó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su Resurrección a la participación de la vida divina que es la gracia, subió al Cielo, de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos a cada uno según sus propios méritos; los que hayan respondido al Amor y a la Piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que lo hayan rechazado hasta el final serán destinados al fuego que nunca cesará». Y su Reinado no tendrá fin.
El Señor sube al cielo, pero se queda por su Espíritu. Para muchos cristianos el Espíritu Santo es el Dios desconocido. Nada se aprecia sino se conoce. Nosotros somos templo del Espíritu Santo. Él es el dulce huésped del alma. Hablamos del Padre celestial, de Dios Padre, hablamos de Jesucristo, nuestro Redentor, pero al Espíritu Santo parece que lo tenemos en segundo lugar. Tengamos fe, amemos al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. ¡Ven Espíritu Santo, llena a tus fieles en el fuego de tu Amor! ¡Ven,. Espíritu Santo!