En los puertos de Baleares hay mucha mafia y, como dice el lobo de mar, José Deprit, «ya no hay atraques, hay atracos». Por supuesto, los responsables de la cosa (habitualmente una panda de marineros de agua dulce, o mercantes de grandes buques que desprecian la navegación recreativa) no pueden resistirse a la gran subasta pitiusa que provoca que todo esté en venta en estas islas fenicias.
Si los chiringuitos de Formentera han pasado a ser un gran bazar, donde se ofrecen cifras astronómicas para cambiar las manos que los han mimado toda la vida, en los puertos pitiusos pasa otro tanto. El caso de los megayates de Ibiza Magna fue un triste ejemplo. El fondo que se lo quedó ofreció una cantidad bestial y luego no pagaba. Los amarres más caros del planeta resultaban morosos. También la actual situación de La Savina resulta delirante: numerosos marinos denuncian las dificultades para repostar fuel o llenar los tanques de un agua que se vende a precio de Vega Sicilia. Urge más transparencia y seguimiento en las adjudicaciones, y vigilar su correcto funcionamiento.
Pero hay algo más importante que el dinero. La función social y recreativa, las escuelas de vela, la historia, los llauds y faluchos antes que tanto pepino que navega solo treinta días al año. El Club Náutico de Ibiza libra una lucha sin cuartel contra los especuladores que ofrecen el oro y el moro para arrebatarles la concesión. Y por una vez, todas las fuerzas políticas isleñas están de acuerdo que hay que protegerlo. Eso da esperanzas para que se mantenga, pues lo contrario sería un escándalo y una gran pérdida para los ibicencos. A estas alturas turísticas, debiéramos saber protegernos mejor.