Habrá que dar un margen para comprobar sí las dos medidas estrella anunciadas una y otra vez por el Gobierno -topar el gas para que bajen los precios de la factura de la electricidad y los 20 céntimos de subvención para bajar el precio del litro de gasolina- surten el efecto proclamado.
Digo que habrá que esperar porque, de momento, el precio del megavatio sigue subiendo y tanto el litro de gasolina como el del gasóleo se han colocado ya por encima de los dos euros.
Aumentan los precios de todo -desde la cesta de la compra a la hipotecas- y se vuelve a hablar de la famosa prima de riesgo, que en lo que va de año ha subido 54 puntos hasta situarse en los 137. Este sintagma evoca ominosos recuerdos de los tiempos de la última crisis que desembocó en el rescate mil millonario de las cajas de ahorro. Si a lo apuntado sumamos que la inflación roza el 9% y la deuda del conjunto de las administraciones públicas españolas alcanza el 117 % del PIB, el escenario no invita precisamente al optimismo con el que el Gobierno trata de maquillar el escaso acierto de algunas de sus recetas.
En los últimos tiempos la especialidad de las ministras del área económica del Ejecutivo --con Nadia Calviño, a la cabeza-- pasa por solicitar actos de fe. El hilo conductor siempre es el mismo: ya escampará, las dificultades son pasajeras, vendrán tiempos mejores.
En la crisis con Argelia provocada por el cambio radical de Pedro Sánchez a favor de Marruecos en la cuestión de Sahara hemos conocido todas la variantes de la falsilla de la propaganda que aplican por sistema ante cualquier problema en la creencia de que vale para todo. Incluso para endosar a Putin (Calviño dixit) la responsabilidad de la crisis política con Argelia. Todo vale con tal de ganar un día y asegurar las portadas (favorables) de los medios afines. Viven al día prometiendo que vendrán tiempos mejores pero los hechos son tenaces: en España se vive peor que hace cuatro años cuando Pedro Sánchez llegó a la Presidencia del Gobierno. Esa es la cruda realidad.