El científico Stephen Hawking, con clásico complejo de culpa anglocabrón que se cura echando balones fuera de la Pérfida Albión, dictaminó: «Si los alienígenas llegan a la Tierra, se comportarán como los españoles en América». Es la hipocresía británica, que critica el mestizaje hispánico, mientras los bárbaros del fish&chips practicaban el exterminio porque eran alérgicos a encamarse con las indias.
Me vienen tales reflexiones porque la pasada noche, tras una cena bien regada, tuve que parar el carro al observar unas luces extrañas que estallaban en el cielo. Por supuesto, lo primero que pensé fue que era un ataque de delirium tremens. Después, algo más calmado me dije: ¡Ya están aquí! Pero tras fantasear con Miss Marte y dormir a pierna suelta, a la mañana siguiente ojeé el periódico y me enteré que era un vulgar caso de basura espacial. Un simple cohete chino desintegrándose en el espacio, fuegos artificiales para la corte del nuevo mandarín.
La estratosfera debe estar tan atiborrada como Ibiza en Ferragosto. Son los turistas espaciales, que pagan millones por respirar aire enlatado, alimentarse de cápsulas vitamínicas y dejar de fumar. Tales viajes no me seducen nada, pues carecen de sensualidad. Otra cosa es cruzar el océano en una carabela llena de vino, rumbo a la belleza de esos mares turquesas donde el poeta Jorge Amado cantó: Al Sur del Ecuador no existe el pecado.
Me aseguran algunos iluminados que los extraterrestres ya están aquí, que mandan lo suyo y pronto se anunciarán. Chi lo sa? Tras tantos sobresaltos víricos y bélicos, la humanidad parece curada de espantos. Y además, ¿por qué iban a ser crueles o gelatinosos? Habrá de todo como en todas partes, digo yo. Comienza entonces un nuevo mestizaje en la noche pitiusa.