Para la fungible historia de la política nacional queda una fértil semana política que empezó con el debate sobre el estado de la nación y terminó con el reencuentro del presidente del Gobierno y el de la Generalitat, Pere Aragonés, con dos asuntos principales en la agenda: el irresuelto «conflicto catalán» y la contribución de los 13 diputados de ERC a la supervivencia política de Pedro Sánchez.
Entre lo uno y lo otro se alumbraron las medidas orientadas a frenar el empobrecimiento de los españoles, la rectificación del PSOE sobre la capacidad de un caducado CGPJ de hacer nombramientos y el respaldo parlamentario a la llamada ley de la Memoria Democrática. Un puñado de asuntos sobre cuya visibilidad se auto jalea el Gobierno en base al remozamiento de su castigada imagen y en base a una presunta recuperación de la iniciativa política.
Nada que ver con la percepción instalada en el PP, la fuerza alternativa al PSOE en la ocupación del poder. Es doctrina oficial de Génova que el Gobierno Frankenstein ya no da más de sí. Está por ver, cuando todavía estamos a año y medio de las elecciones generales, pero esa es la cuestión de rabiosa actualidad, una vez terminado el primer debate sobre el estado de la nación que se llevaba a cabo desde 2015: ¿Será capaz Sánchez de remontar en las encuetas y superar la fatiga de materiales en un Gobierno de coalición partido en tres?
Dicen los politólogos que cuando un gobernante ha perdido la credibilidad está irremediablemente condenado, haga lo que haga. Un lugar común objetado por sus partidarios, siempre prestos a echar mano de su «Manual de resistencia», mientras arremeten contra los «curanderos» y los «traficantes del miedo» aliados con poderes oscuros».
Sánchez arrastra tres pedruscos que determinan su desempeño como primer responsable del interés general. Uno es el personalismo. Otro, las amistades peligrosas (aliados de aversión declarada al orden constitucional). Y un tercero, la mencionada división del Ejecutivo en tres facciones (PSOE, Podemos y la incipiente «suma» de Yolanda).
Si a todo esto le unimos las malísimas señales económicas que aparecen en un horizonte cargado de nubarrones (inflación descontrolada, deuda pública insoportable y crecimiento a la baja), es que no podemos quedarnos en la travesía ocasional de una zona de «turbulencias» por las que estaría pasando el país, según propia confesión de Sánchez.
En estas circunstancias, no basta una proclama voluntarista como la que promete el presidente del Gobierno cuando anuncia que se dejará la piel en defensa de la clase media trabajadora y los colectivos más vulnerables.
Frases enlatadas para un futuro que en el debate del estado de la nación él mismo reconoció como «muy incierto».