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Opinión

Hablando se entiende (o no...) la gente

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Sin duda tenía razón Ortega y Gasset cuando opinaba que el conflicto entre Cataluña y (el resto de) España no tenía una solución definitiva, y solo cabe irlo conllevando. O sea, hablando. ¿Para qué? Pues para poder seguir hablando. Con un lenguaje, eso sí, ocasionalmente victimista, airado e insincero.

Pero así es la cosa, como constataron hace cuarenta y cinco años Adolfo Suárez y Josep Tarradellas, que inauguraron una ‘conllevanza' que duró tres décadas y estalló en pedazos gracias a la incompetencia de la clase política a ambas orillas del Ebro. Y eso es lo que han heredado Pedro Sánchez y Pere Aragonés, que este viernes se encontraron en medio de una expectación que subraya lo anómalo de una situación de falta de suficiente contacto y exceso de desconfianza.

No he logrado, faltaría más, averiguar qué es lo que en verdad se trató en las dos horas de encuentro entre el president de la Generalitat y el presidente del Gobierno central. Hay muchas cuestiones sobre las que ambos saben que, si quieren mantener una cierta sintonía, no deben profundizar: el espionaje de Pegasus, por ejemplo, tema en el que Aragonés parece haberse tragado su comprensible ira. O las exigencias de referéndum de autodeterminación y amnistía, cuestiones que la Constitución imposibilita. Es así como se ha convocado para dentro de pocos días la reanudación de la Mesa de diálogo. ¿Para qué? Pues ya digo: para seguir dialogando, que no es poco, y para y tratar ocasionalmente de temas menores que, de todas formas, convienen a ambas partes.

No nos engañemos: Cataluña es una parte ‘peculiar' de España. Complicada. Ni obtendrá la plena independencia con respecto del resto de España, como ansía una parte, creo que minoritaria, de la población, ni renunciará jamás a plantear incómodas reivindicaciones que supondrán un avance lento en un terreno a cuyo final no se llegará.

Son precisos estadistas no corruptos -Pujol era ambas cosas- en ambos lados para mantener ese diálogo que construya: aeropuerto, corredor marítimo, recaudación fiscal, participación en la construcción autonómica son cuestiones perfectamente dialogables, como lo son la reforma del Código Penal -la distinción entre sedición y rebelión es demasiado tenue en la actual regulación-, la cesión de impuestos, la tributación por ambas partes e incluso la instalación en Cataluña de instituciones del Estado.

Pero eso, hay que insistir, supone perfil de estadistas entre quienes dialoguen, sentido común, flexibilidad y realismo. Creo que tanto Sánchez como Aragonés y su mentor -Oriol Junqueras- tienen bastante de todo eso, aunque a cada uno de ellos los presionan gentes mucho más inflexibles, con nulo sentido común, con la utopía incumplible como norte y con voluntad nula de diálogo con la otra parte. La tragedia nacional es esa: que tras los constitucionalistas moderados hay ‘halcones' dispuestos a impedir todo contacto, y que en el bando independentista existe una fracción, encabezada por Puigdemont, que se ha situado en el ‘cuanto peor, mejor'.

Y contra eso no hay nadie, ni en Esquerra, ni en el PSOE, ni en el PP, ni en el PNV, que pueda combatir. Lo que hay que impedir, en mi opinión, es que estos fanáticos ganen ni un milímetro más de terreno.

«Hablando se entiende la gente», dijo el entonces rey Juan Carlos tras entrevistarse con un furibundo independentista republicano que entonces presidía el Parlament de Catalunya. Los ‘halcones' se echaron encima del jefe del Estado, que siempre supo que era el rey de todos los españoles, incluyendo los catalanes, los vascos, los gallegos, los andaluces... Cada uno, claro, con sus propias características. Yo creo que Sánchez y Aragonés (e, insisto, su mentor Junqueras) juegan un juego que, si no da ganadores ni perdedores, sí puede prolongarse para confort de los jugadores, que somos todos.

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