Los diferentes cambios climáticos a lo largo de la Historia han sido causa de extinción de especies, masivas migraciones humanas e invasiones guerreras. El cambio climático ahora también sirve para que políticos vacíos lo esgriman a modo de mantra como excusa dogmática de los males que su propia negligencia ha provocado.
Naturalmente tales excusas solo valen en un mitin de fanáticos de partido. En los pueblos incendiados increpan a los poderosos políticos que no saben ni dejan prevenir o curar. ¿Por qué no permiten limpiar los bosques o hacer cortaderos? ¿Por qué no se limpia el cauce de los ríos y se promueve un plan hidrológico inteligente?
El disparate empezó cuando los obsoletos comunistas de los años noventa, en un ejercicio de hipocresía tan espantosamente monumental como la arquitectura soviética, pretendieron hacerse con la bandera de la ecología. Son los verdes sandía (verde por fuera y rojos por dentro), nunca leyeron la carta del jefe indio Seattle, y se dedicaron a torpedear el medio ambiente con una propaganda tan contaminante como Chernobyl.
Como avisaba el comandante del Calypso, Jaques Cousteau, la ecología es algo demasiado fundamental para dejarla en manos de ¿ex?-comunistas. ¿Qué saben estos burgueses urbanitas, de ánimo revanchista, del campo o del mar? Los cazadores, pescadores, agricultores, ganaderos, marinos y toreros aman y conocen mucho mejor la naturaleza, pero habitualmente se ignora y desprecia su opinión.
Hay que luchar contundentemente contra la aberrante contaminación (esos dark satanic mills, que decía William Blake) de forma inteligente y efectiva. Lo contrario supondrá el suicidio humano mientras que la Tierra seguirá danzando al ritmo cósmico que la naturaleza crea nuevas formas. El clima siempre es cambiante. Lo que no cambia es la costumbre política de escurrir el bulto y echar balones fuera.