Siempre ha habido admiradores de gordas, lo cual es de lo más natural salvo que uno sea esclavo de las absurdas modas. De Rubens a Botero, la sensualidad rolliza ha copado los museos y palacios más importantes, rememorando a la gran Venus de Willendorf.
El culto al cuerpo de los antiguos griegos, sin embargo, prefería las medidas más estilizadas de la Venus de Cnido; y tal vez por eso les tenían tanta tiña los persas, entre los cuales ya se estilaba ese tipo de odalisca voluptuosa y entrada en carnes que luego hizo las delicias del mundo musulmán. Y qué decir de los reinos del Africa negra, donde un culo en pompa monumental valía más que todas las caravanas de oro de Tombuctú.
Gabo decía que la belleza es la mejor carta de presentación que existe. Afortunadamente los gustos son de los más variados, como la diversidad de tribus humanas antes de la llegada de la uniforme globalización publicitaria. La belleza es irresistible cuando se adereza con personalidad.
Pero la personalidad es inexistente en las políticas de Igualdad. El reciente cartel del ministerio donde manda una pija-progre-podemita roba las imágenes de una turista en Ibiza y encima le cambian la prótesis por una pierna que no sabemos a quién habrán birlado. El cartel defiende algo así como el derecho de las gordas a tener verano. ¿Cabe ser más absurdo, repelente y torticero a la hora de reeducarnos con fondos públicos?
Al mismo tiempo el sumo contaminante presidente Sánchez aboga por quitarse la corbata para ahorrar energía (lo mismo que Sebastián con Zoteparo). Sus trajes tienen abominable corte de picador y sus ocurrencias son de sainete. Carece por completo de sentido de estética, como el resto del gobierno nacionalista-socialista-comunista. Y la están liando muy gorda.