Debo considerarme afortunado por haber pasado brevemente por algunos paraísos desde la última colaboración. Frente la opción más probable y cómoda de quedarme en casa he podido observar y experimentar lugares que con rasgos comunes a nuestro paraíso habitual aportan perspectivas vitales diferentes y enriquecedoras. Todos ellos son lugares muy conocidos y visitados, muy diversos a pesar de ser todos mediterráneos y se caracterizan por afrontar la misma encrucijada y haber cometido errores similares a los nuestros. Por ser más conocida y frecuentada por todos dedicaré menos tiempo a Ibiza que ha sabido compaginar su apuesta como destino de lujo con lugares auténticos y ajenos al paso del tiempo. He comprobado que está gestionada por ibicencos y estoy convencido que sabrán defenderse ante cualquier desprecio o aberración que pueda provenir de los gobiernos excesivamente centralistas radicados en Palma y Madrid.
Capri me ha fascinado solamente desde el mar siendo el resto un parque temático para viajeros de paso o bien de lujo que se entregarían igual a Puerto Banús o Portals. Al igual que en la Costa Amalfitana (Positano, Amalfi y Sorrento) uno tiene la sensación de que existe un desapego entre el escenario y los locales a pesar de mi interesante conversación con unos residentes amalfitanos sobre la privatización de las playas, la imposibilidad de tener un coche y lo costoso que es aparcar la moto en la calle. Problemas que parece que se repiten y se expanden bajo diferente formato en aquellas localidades y destinos que deciden vivir del turismo. Otras cuestiones que conviene mencionar son la dualidad de precios (mayor para los turistas) y la falta de transparencia para el consumidor. En muchos matices como estos uno aprecia el alto grado de profesionalidad de quienes en nuestras islas trabajan por y para el turismo. Incluso cuando los precios son desorbitados porque en Capri o en Amalfi lo que se paga por las consumiciones no se corresponde con el grado de limpieza que sería considerado digno y exigible en los aseos de una zona o establecimiento de nuestras islas. El esfuerzo es constante, no se puede vivir solamente del nombre que se haya labrado un destino ni por lo que ha representado. Camino por los mencionados lugares y no sé qué queda de la dolce farniente mediterránea lo que me recuerda que hemos arrasado el hotel Formentor, referente del nombre y fama que nos hemos fraguado. No he citado Nápoles con la que tenemos tantos lazos históricos y que, al final, se ha convertido en la gran sorpresa del viaje italiano. A pesar de ser una ciudad extremadamente sucia y caótica su autenticidad y el carácter del napolitano (que no italiano) acaba por maravillar y seducir al viajero. El mensaje es claro: el turismo no tiene que empobrecer nuestra identidad y personalidad. Somos muy visitados y, ojalá sea por lo que somos, ofrecemos y preservamos.