De forma milagrosa y algo contrabandista he conseguido un camión de hielo. ¡Es la única forma de enfriar la piscina! También echo varias botellas de absenta y el agua se torna de un verde esmeralda. Cleopatra se bañaba en leche de burra, pero la absenta también es estupenda para mi piel. Si Bartolo Marí Mayans logró teñir de verde el Támesis, yo lo hago con la charca de mi jardín.
Así combato alegremente este bochorno estival tan pegajoso como los abrazos de una flor envenenada. En Singapur tienen un clima parecido todo el año, y lo combaten con el Singapoore Sling, cocktail con más ingredientes que tripulantes tiene un mercante panameño. Yo lo probé en el Raffles, donde un alto y digno Sijh, imperturbable al calor, guardaba la entrada para que no entrasen las hordas de turistas australianos en chanclas.
En la ardiente Bahía de Jorge Amado («Al Sur del Ecuador no existe el pecado») tienen la Caipirinha, que todavía funciona mejor y da un acento más cadencioso al portuñol. En Lamu descubrí el Old Pal, que armoniza con el viento Kasikazi que refresca el bar del Peponi. En la falda del Atlas trataron de aficionarme al té a la menta, pero yo siempre vertía a escondidas un chorrito de vodka de mi petaca y así pude coronar el Toubkal y no morir en el descenso.
Todos los pueblos tienen su remedio particular, pero posiblemente sea la Perla del Caribe, con sus porches coloniales y cocktails de ron, la más sabia a la hora de combatir los bochornos. ¡No necesitaban al Comandante que mandó parar!
En la pasada festividad de San Ciriaco, Vicent Marí debió ofrecer algún mojito o daiquiri. En vez de tantas quejas por la solana, habrían bailado la rumba.