Lo que está sucediendo con el Club Náutico de Ibiza (CNI) define a la perfección la transformación forzosa que está sufriendo la propia isla. El ‘club de los ibicencos' se asoma al abismo de la desaparición, como ha desaparecido la mismísima Ibiza que, durante décadas, cautivo a gente de todo el mundo. Ya nada queda de aquel espíritu bohemio, la auténtica libertad, el respeto más genuino, que hacía que todo aquel que pisaba la isla blanca con buenas intenciones y con ánimo curioso e inquieto, descubriera el paraíso en la tierra y ansiara quedarse, al menos durante un tiempo. Aquellos tiempos forma parte del pasado, si es que alguien se acuerda. Ibiza es ahora un terreno sólo apto para acaudalados, a quienes la historia, la tradición y el espíritu del lugar les parecen cuentos para no dormir.
Aquí, si no tienes dinero, ni puedes pisar un buen restaurante, ni tomarte unas hierbas en una terraza con vistas al mar, ni por supuesto, alojarte en alguno de los carísimos hoteles que atestan nuestra costa. Y ahora, además, no podrás amarrar tu llaüt o tu pequeña lancha en el puerto de Vila, sin hipotecarte. Es el sino de los tiempos. O más bien, es el fruto que durante años los isleños hemos cosechado. Expulsados de nuestra propia tierra, vendida al mejor postor sin importar de dónde venía, ni con qué intenciones; sólo pendientes de los ceros que pusiera al talón. Ahora resulta que nos revolvemos contra nuestro sistema mercantilista, que sólo tiene en cuenta el valor monetario de las cosas y no lo que representan, ni los intangibles sentimientos que están en juego. Pero ya es tarde. No es la Autoridad Portuaria de Balears, ni Puertos del Estado, quien debió proteger la esencia de Ibiza. Aunque quisieran, no llegan a tiempo.