Se llama Luca y tiene nombre de canción. Estos días su melodía está más triste de lo normal porque no tiene quien le acompañe cuando la entona. A Luca no le parten los huesos ni le pegan hasta dejarle sin lágrimas, como al protagonista de esta letra de Suzanne Vega que lleva bailándome en la cabeza desde que sus padres me contaron su última historia, pero también le duele. Hay golpes que rompen por dentro, aunque no suenen.
Luca tiene autismo. Es un niño feliz de siete años, cuya melena destaca al verlo, pero su forma de interactuar y de socializarse es diferente a la de sus amigos, quienes han aprendido, mejor que los adultos, a comunicarse con él. Juntos, esta semana retomaban el nuevo curso en el Colegio de San Rafel, pero al llegar a Luca le «faltaba» una mano: la de Mar, esa chica rubia y de ojos azules con quien había logrado durante tres años tener una conexión muy especial. Ella era su auxiliar técnico educativo y quien le acompañaba desde que terminó la pandemia.
Luca y sus padres, Irene y Alessandro, saben que su familia es igual que las demás, pero con una necesidad especial que provoca que, mientras otros niños efectúan extraescolares divertidas o van al parque, en su caso precisan que acuda a una psicóloga. Sin embargo, no alcanzan a entender por qué de pronto alguien ha decidido obviarlo. Como esto de salir en la prensa saca los colores y sirve, en muchas ocasiones, como hemos visto con Pablo, para que reculen y actúen con coherencia, hemos decidido componer juntos este artículo para ver si el periodismo, una vez más, hace su magia.
Hay algo que promulgan en la asociación de la que forma parte Luca, Ibiza In, y que resumió muy bien el actor Miguel Ángel Silvestre recientemente en nuestra isla: «estos niños tienen la humanidad que nos falta, por eso nosotros solo podemos agradecerles que nos la despierten». Creo que esa humanidad es algo de lo que carecen en la Consellería balear de Educación, porque, ¿qué tipo de persona toma la decisión de dejarle solo y de suprimir, porque sí, a su auxiliar con los peligros que supone esa medida para él y para su centro?
Hoy en esta cafetería en la que nos enontramos no hay sonrisas porque Irene y Alessandro se ven luchando cada día contra titanes e hidras de cien cabezas. Tienen miedo de que Luca se escape de clase y de que nadie le siga, le calme y le traiga de vuelta, de que pueda llevarse a la boca algún objeto peligroso o de que se haga daño. Su maestra tiene otros 23 niños a los que atender y ninguno se merece sus ausencias, mientras que, de nuevo, una carta seca, áspera y aséptica les anuncia que es lo que hay.
Llegados a este punto hemos decidido ponerle un par de azucarillos al tema, revolvernos y cambiar la letra de la canción. Vamos a pregunta por qué, ¡sí! ¿por qué?, vamos a discutir lo que haga falta y a reclamar que todos los niños de nuestra isla tengan la atención que se merecen, ni más ni menos.
Si Ariel, el personaje de la Sirenita, ha sido capaz hacer magia y encarnarse en la gran pantalla en una preciosa chica negra para demostrar al mundo que los estereotipos no son más que cuentos, ¿qué balada le tenemos que cantar a estos señores para que cambien el disco y dejen de inventarse historias?
Irene dice que en su cole Luca es feliz y que se desviven por él, pero entiende que no es suficiente. La falta de educación de la Consellería hacia el centro, hacia sus profesionales y hacia sus familias es tan oscura, que me imagino a sus responsables interpretando el papel de Úrsula, mientras cantan «pobres almas en desgracia». Luca se sabe muchas canciones, pero desconocía que había una con su nombre… es triste, dice, y tiene razón. Vale, Luca, ¡vamos a cambiarla! Si te parece, compondremos una que puedas gritar con esa voz que esperamos que te acompañe de nuevo mientras aprendes, creces y sumas los cinco días de tu semana. Por cierto, hay una recogida de firmas en marcha por si vosotros también queréis escribir con él la vuestra: https://www.ibizain.org
Ojalá Irene pudiera tener un nuevo septiembre donde preocuparse solo por encontrarle a Luca la botella de agua reutilizable con los unicornios y purpurina más bonitos de todos los tiempos, en vez de tener que pelear una y otra vez porque se cumpla la Ley y se respeten los derechos de su hijo, que no son otros que acceder a una auténtica educación inclusiva.