Quinientos años después de la gesta navegante de Juan Sebastián de Elcano, en Menorca se ha celebrado un congreso terraplanista. Ignoro el papel que habrá tenido que ver la resinosa ginebra Xoriguer –una de mis favoritas a la hora de observar el mundo no ya como una esfera o un plano, sino como una gozosa doble realidad—, pero la considero indispensable tanto para cruzar el Estrecho de Magallanes como para conversar con un terraplanista.
Cristóbal Colón afirmaba que la tierra era redonda, pero con una protuberancia en forma de pezón. Mil quinientos años antes, Eratóstenes había calculado con sorprendente exactitud la circunferencia terrestre. Y entre la sociedad secreta de los cartógrafos renacentistas, se rumoreaba que Magallanes sabía perfectamente la existencia del paso que buscaba (lo cual no impidió que se pasara y tuviese que dar la vuelta, alargando un viaje extraordinario que le costó la vida y valió la gloria) para llegar al Océano Pacífico.
Las mayores proezas navegantes las firmaron España y Portugal, con un impulso fabuloso que continuó durante siglos mestizos, mientras las grandes expediciones chinas del almirante Zheng He fueron olvidadas por un emperador que decidió que no le interesaban los bárbaros fuera de su Gran Muralla.
Los que creen que la tierra es plana niegan la circunnavegación de la nao Victoria y tal vez creen, como en el Medievo, que al límite de la tierra hay un abismo donde moran los dragones. Bueno, están en su derecho a pensar como quieran y nadie les quema por ello, tal y como hicieron con Giordano Bruno (o mediáticamente con Victoria Abril por osar cuestionar la pandemia). Personalmente opino que la curva es más sensual que el plano y que la ginebra Xoriguer afina la vista.